Muchas veces permitimos que nos lastimen, y no porque no nos guste, sino porque amamos tanto a quien nos daña, que la idea de que nos abandone, de que nos quedemos sin ese amor, es insoportable.
Y luego, cansados de llorar, decidimos que vamos a terminar.
Creemos que podemos comenzar de nuevo, enamorarnos de alguien diferente y ser felices, pero el recuerdo del dolor no se va, se queda ahí, como una brasa caliente sobre la piel, como los pies expuestos al concreto ardiente o como la lengua pegada a un témpano de hielo. Y nos aferramos a él.
Deseamos que nunca se vaya, que si olvidamos ese dolor, los recuerdos se irán también, y el pánico y la desesperación de olvidar a quien se ama, no se puede permitir.
Entonces, dejamos todo aquello bueno que teníamos y volvemos a arrastrarnos ante esa persona, rogándole que, aunque sea, nos lastime de nuevo, que nos haga a su manera, pero que nunca nos abandone.
Y es ahí donde te das cuenta de que no amas a nadie,
Que solo amabas a un recuerdo y que esa persona ya no existe.
Pero estás tan ciego que no lo puedes ver, y permites que te dañe con su indiferencia y que te mate con sus falsos te amos. Y, muy en el fondo, quieres huir de su lado, escapar del llanto, pero no sabes cómo.
Eres prisionero de un falso amor y de llantos y mentiras.
Y lo único que puedes hacer, lo único que te queda y tu único consuelo, es llorar.
Porque eres demasiado cobarde para irte
Y de todos modos, a pesar de todo el dolor, nunca encontrarás un motivo para irte.
Sin importar cuán dañado esté tu corazón, siempre querrás quedarte.
Aunque realmente, no quieras estar ahí.
.gif)