Sobe una chica:

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Tamaulipas, Mexico
Madre primeriza y escritora, con muy poco tiempo libre pero que le gustan las manualidades.

martes, 31 de diciembre de 2013

365

...y finalmente, las doce campanadas sonaron, y el reloj anunciaba el inicio de un nuevo año.
365 nuevas oportunidades para caer, levantarse, cometer errores, ser mejor, amar, odiar, llorar, reír. Crecer. El simple inicio de otro año que podría ser igual a los anteriores, pero está en uno cambiar.
No se trata de propósitos ni de ver hacia el futuro, se trata de desear en ese instante lo mejor, de llamar a tu pareja y decirle que lo amas, mensajear a tu mejor amiga(o) deseandole lo mejor, publicar un estatus en facebook donde felicites hipócritamente a todos, que tengan el mejor de los años y que sus deseos, que realmente no te importan, se hagan realidad.
De decir "éste será mi año" "iré al gimnasio más seguido" "ya no lo voy a perdonar" "seré mejor estudiante" "dejaré los vicios" "empezaré de nuevo"
De saber que, aunque mañana todo lo anterior no importe, seas feliz porque deseas lo mejor para ti, porque en ese instante se te olvidan los problemas o tu propio mal carácter. Sólo deseas empezar todo con un nuevo inicio.
Se trata de, que el único pensamiento en un futuro sea el del mañana, con la esperanza de tener un año mejor que el anterior, que las malas cosas se queden olvidadas y se quemen mientras la chispa de tu bengala brille, de tirar a la basura lo que no sirve, de olvidar, por un sólo instante, que vivimos en un mundo roto, y que por esos instantes que duren las campanadas, creas en un nuevo inicio.
El comienzo de 365 nuevas oportunidades.

domingo, 22 de diciembre de 2013

CAPITULO 3

VICTORIA

Mi cabeza dolía horrores, y una sensación punzante provenía de ella.
Mi boca tenía un asqueroso sabor metálico, y mi cuerpo no se movía. Poco a poco abrí los ojos, sintiendo los párpados pesados, moví la cabeza, intentando ajustar mi vista a la penumbra, pero todo era inútil, porque estaba totalmente rodeada de oscuridad. Un ruido sonoro se escuchó y rápidamente los recuerdos volvieron a mi memoria: salía del trabajo cuando vi a Edmund parado al lado de la lámpara, me había acercado aliviada de verlo con vida, un fuerte olor a alcohol me golpeó seguido por el sonido de algo estrellarse. Dolor, mucho dolor. Y después, quedé inconsciente
Mi corazón se aceleró al escuchar esos pasos torpes y pesados acercarse.
¿Qué diablos había pasado? ¿Cómo había terminado en esa situación? Las lágrimas comenzaron a correr por mi mejilla, calientes y gruesas, hasta que los pasos finalmente se detuvieron frente a mí.
-Victoria... - susurró él.

EDMUND

¿Qué estaba haciendo ahí? Debería haberme ido a casa en el momento en que salí de la escuela, o cuando la botella de vodka se me terminó, pero no, en lugar de eso, huí al almacén abandonado a encerrarme a llorar como una nena; ¿qué pasaba conmigo? No es como si fuese el fin del mundo, por Dios, ¡es sólo una chica!
Tenía por montones y de diferentes tipos, todas dispuestas a lo que sea con tal de pasar, aunque sea, cinco minutos a mi lado, ¿por qué precisamente tenía que fijarme en ella?
Mientras el alcohol surgía efecto, me preguntaba nuevamente por qué me había fijado en Victoria.
Era bonita, sí, pero habían otras más guapas, tenía linda personalidad pero he conocido chicas mejores, era amable y cariñosa, siempre sonreía y nunca había oído ninguna mala crítica sobre ella.
Y ese era el problema.
Desde el instante en que entró a mi clase en primer año, usando ese overol rosa y sus cabellos sujetados por una liga blanca, me flechó. Era tan hermosa incluso con sus cachetes rosados y redondos, tan bella; la pubertad le sentó de maravilla, había pasado de ser la chica gordita y carismática y se había convertido en una belleza delgada, producto de esas horas bailando, su cabello era más largo y su rostro redondo parecía un corazón. Supongo que lo mío fue amor a a primera vista, pero, ¿cuándo fue me volví tan... obsesivo por ella? ¿Cuándo jugamos en el jardín de niños por primera vez? ¿O esa ocasión en la que bailamos juntos en un baile en la secundaria? No, supongo que el momento en el que obsesioné con ella había sido el dia en que me di cuenta de ella era la única persona que jamás me utilizaba por mi dinero, nunca me hablaba por conveniencia y sus sonrisas eran nobles y sinceras. Yo estaba loco por ella, mental y sentimentalmente enfermo, era una diosa, algo divino para mí, con esa sonrisa y esos ojos tan hermosos que me desarmaban por completo.
La colilla del cigarro me quemó los dedos y la dejé caer al suelo, enojado.
Mi mente se nubló por completo por la verguenza; no sabía qué sucedía conmigo, pero había dejado de ser yo mismo, estaba como poseído por una rabia perversa, un enojo desconocido y una sed de venganza injustificada.
Caminé con la botella en la mano, sin siquiera pensar a dónde iba, dejándome guiar por mi instinto. Yo, en ese preciso momento, era un animal, y Victoria, la dulce e inocente Victoria, sería mi presa.
Nadie se burlaba de mí. Ni siquiera ella.

VICTORIA

Se agachó y su rostro quedó a centímetros del mío, con una expresión que yo jamás había visto en una persona: sus ojos, esos bellos ojos azules que tanto me habían gustado, eran frío e inexpresivos.
-¿Edmund? ¿Qué estás haciendo?- dije nerviosa, pero él sólo me miró, sin moverse, sin siquiera parpadear, penetrándome con sus zafiros congelados. Moví los labios pero puso una mano en mi boca, y me levantó bruscamente, fue en ese momento en el que sentí el peso de mi cuerpo, el dolor punzante en mi cabeza y aquel líquido caliente caer por mi frente. Estaba sangrando, y era una cantidad exagerada de sangre.
Intenté forcejear pero estaba débil y seguía teniendo la vista algo borrosa, pero la expresión en su rostro no habia cambiado. Intenté hablar pero solo quejidos salían de mis labios. Me arrastró hacia lo profundo del almacén, y fue entonces que me di cuenta que llevaba un vestido y zapatillas; el horror se apoderó de mí, forcejee, patalee y lloré como una cobarde, rogándole que me dejara ir, que razonara, que volviera en sí, pero nada. Parecía estar en trance, como si no fuese él.
Se detuvo finalmente y me dejó caer en lo que parecían ser bultos de cemento o azerrín. Lloré.
-Edmund... por favor... déjame ir... - le pedí entre sollozos, pero él solo me miró, y una sonrisa malévola y siniestra se dibujó en sus labios.
-Nos vamos a divertir, Victoria... - dijo acercándose a mí.
Su rostro era maldad pura, y no pude evitar gritar.

EDMUND

Sabía que pronto saldría de su trabajo.
No era necesario mirar mi reloj, ni siquiera ir a buscarla, porque conocía muy bien su ruta. Normalmente, tomaría el camino largo a casa, subiría al autobus y observaría la ciudad con una sonrisa en su rostro, se demoraría en la tienda de flores y luego en la cafetería saludando a su amigo. Esa era normalmente la rutina de ella, pero no sé qué fue lo que me obligó a meterme en esa calle oscura y abandonada. Victoria jamás pasaría por un lugar así, era muy prevenida, cada paso que daba parecía haber sido decidido como un juego de ajedrez, incluso vigilaba qué camión tomaría; era muy precavida, entonces ¿por qué había tomado esa calle? Me recargué en la lámpara de luz, con mi cabeza dando vueltas como máquina de feria, el alcohol me estaba pegando como esas borracheras de fiestas, y yo sabía lo que me quitaría eso: metí mi mano en el bolsillo de mi pantalón, demasiado nervioso, y saqué la bolsita transparente con pastillas. Una, dos. Solo necesitaba dos de esas maravillosas pastillas, y el valor y mi consciencia volverían a su sitio; en el momento en que las pastillas se deslizaron por mi garganta, sentí una presencia. La había sentido desde la mañana, como si me dijera que hiciera algo que no quería, obligandome a levantarme ansioso de mi cama, a acercarme a Victoria, a huír de la escuela al almacén, a esperar a que pasara por esa calle. Por dentro quería llorar, pero no había nada, ni sollozos ni lágrimas, ni siquiera culpa. Yo estaba vacío.
Oí unos pasos acercarse, ligeros y precavidos; mi corazón se aceleró como si hubiera corrido un maratón por horas, mis ojos vagaron de un lugar a otro y mi cuerpo tembló nervioso.
-¿Quién anda ahí?- la oí decir, su voz suave y asustada como un venado.- ¿Quién anda ahí...?- volvió a repetir, me acerqué a ella con paso ligero y el miedo se borró de su rostro, sus ojos se iluminaron y sonrió. La vi mover su boca y cómo poco a poco se acercó a mí, y en el instante en que mi mirada se encontró con la suya, la voz sonó en mi cabeza:
Hazlo, dijo la voz. Hazlo ya.
Lo siguiente ocurrió casi automático y tan rápido que no me había dado cuenta: en un instante Victoria estaba a mi lado, y al otro la botella que descansaba en mi mano se había estrellado en su cabeza, tirándola al suelo con un golpe sonoro, y entre cristales rotos y el charco de sangre, mi cuerpo no respondió.
¿Qué había hecho?

VICTORIA

Sus manos me sujetaban con fuerza y agresividad los hombros mientras yo forcejeaba con la poco energía que podía, intentando soltarme de su agarre.
-¡Por favor, Edmund!- le lloré.- ¡Suéltame! ¡Déjame ir! ¡Basta!- pero él no respondía, solo me miraba con esos ojos helados.- ¡EDMUND, YA!- le grité, propinándole un golpe en el rostro, se detuvo y yo dejé de pelear con él. Se tocó la mejilla y una risita macabra salió de sus labios.
-No debiste.- dijo con una voz como un témpano de hielo. Sus manos se volvieron como grilletes contra mis hombros, presionando con brutalidad su cuerpo contra el mio sobre los bultos.- No debiste, carajo.- repitió. Entonces, sus manos se deslizaron por mi cuerpo, explorando con agresividad y morbo los rincones de mi anatomía. Sollocé.
-¡Detente, por favor!- le dije, intentando apartarlo de mí, pero su fuerza era increíble. Me aprisionó los brazos sobre mi cabeza, y hundió su rostro en mi pecho.
-Hueles delicioso.- dijo aspirando.- A lavanda, canela y vainilla.- y lamió mi cuello. ¿Qué había dicho? ¿Cómo sabía a qué olía? El miedo se apoderó de mí y volví a a forcejear, intentando liberarme de sus grilletes, pero era inutil.- Si te sigues resistiendo, solo va a dolerte.- soltó una risita y me mordió el cuello. Grité, desesperada, y sus manos arrancaron la fina tela del vestido que llevaba puesto; y mientras esperaba lo que ya sabía que iba a suceder, mi mente lloró conmigo.
¿Por qué tenía que tomar esa calle oscura? ¿Por qué no tomé la misma ruta de siempre? ¿Por qué precisamente tenía que pasarme a mí? Las lágrimas caían como cascada sobre mi mejilla, y su lengua las lamió, volviendo a su labor de desnudarme. ¿Por qué no había ido directamente a la parada de autobús? ¿Por qué la vocecilla en mi cabeza no me advirtió del peligro como siempre lo hacía? ¿Por qué se había apagado? ¿Dónde estaba Dios en un momento como ese? ¿Por qué me había abandonado?
Finalmente, en sus manos estaba el vestido rojo destrozado, y con sus ojos furiosos me admiró: se quedó como si hubiera visto una obra de arte, como esa vez que el presidente dio un discurso a nuestra clase, atento y silencioso, sin importarle que nadie más estuviera escuchando, él oyó hasta la última palabra. Así estaba en ese momento: atento y silencioso.
Con su mano me tocó la mejilla y con su dedo gordo me acarició los hoyuelos. Me encogí, pero él sólo me rozó con sus dedos, luego, con la otra mano, me levantó dulcemente para quedar frente a frente y por un instante sus ojos volvieron a ser ese cielo despejado que me gustaban mucho, sonrió como siempre y sujetó mi rostro.
-Eres tan hermosa.- dijo con miel en la voz. Creí que había vuelto a ser él, porque esa voz y esos ojos eran los que yo conocía. Me besó con dulzura mientras me abrazaba de igual manera; yo creí que estaba a salvo, que alguna clase de poder divino lo había hecho entrar en razón, pero no. Su beso se volvió hambriento y salvaje, y aprisionó mi rostro con fuerza contra el suyo, me dejó caer con fuerza sobre los bultos y me aplastó con su cuerpo.
-Eres tan hermosa.- repitió en mis labios.- Y serás sólo mía.- dijo mordiéndome, sentí el sabor a sangre y cómo goteaba por mi labio, pero yo no tenía fuerzas, se quitó la chaqueta y luego en cinturón, y comencé a llorar.
-Detente, por favor... - le rogué. Su torso estaba desnudo y pude apreciar, como todas esas miles de veces, su pecho desnudo y musculoso, pero no era la misma sensación de siempre, ahora sólo sentía terror por lo que venía después.- Por favor... Edmund... - le rogué una vez más, pero era inútil.
Me sujetó de las caderas con fuerza, marcando sus dedos en ella, y sus uñas rasgaron mi piel, provocando no sólo un dolor desquiciado sino la sensación de sangre bajo las marcas.
-Edmund... por favor... - dije una última vez, pero me calló metiendo un pedazo de la tela del vestido en mi boca.
-Nos vamos a divertir... - dijo con una sonrisa desquiciada, y supe en ese momento que el Edmund que yo conocía había dejado de existir. Ahora sólo estaba con un demonio que, en cualquier momento, iba a asesinarme.
-Oh, Dios, ayúdame...  - rogué entre lágrimas y sollozos, pero una dolorosa embestida me desvió de mis pensamientos, provocando que un grito de dolor saliera de mis labios.
Oh, Dios, ayúdame... 

EDMUND

Mis manos temblaron y el horror pasó por mi mente. ¿Qué estaba haciendo?
Victoria yacía en el suelo, inmóvil y nadando en un charco de sangre y vidrios. La gente comenzó a pasar por los dos extremos de la calle, ajenos a lo que ocurría; rápidamente una vocecilla en mi cabeza indicó qué hacer, así que levanté su cuerpo y lo llevé al único lugar que podía: el almacén.
Casi una media hora más tarde, dejé su cuerpo en el suelo, y comencé a perder los estribos.
¿En qué me había metido? ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué tenía que haberla atacado?
Era presa de los nervios y la culpa y la única cosa que me calmaría estaba secretamente guardada en mi bolsillo. Miré a Victoria, con los ojos cerrados y la sangre por todo su cuerpo, así que saqué las pastillas de la bolsa y me las tragué; fueron solo segundos los que habían transcurrido cuando comenzaron a surgir efecto, volviendome a encontrar con la bestia que había atacado a Victoria. Mi interior se debatía entre el yo bueno y normal y el maldito loco que estaba por desnudar a Victoria.
Átala, dijo la voz en mi cabeza, y como fiel perro, obedecí. Busqué algo con qué atarla, pero en el almacén no había nada, solo un montón de bultos y cajas, y sobre una de ellas habían colores llamativos; y ya sabía en qué almacén estaba. La fábrica de textiles donde los adolescentes venían a tener sexo casual.
Caminé hasta las cajas y comencé a buscar entre ellas algo con qué atarla, y un brillante color rojo captó toda mi atención: era un bonito vestido de gasa aunque algo viejo y lleno de polvo, y las zapatillas a un lado. Otros vestidos y zapatos estaban ahí, por lo que posiblemente los habían dejado algunos recién graduados.
Jalé el vestido y unas zapatillas, y me acerqué a Victoria. Seguía inconsciente, así que fue fácil desnudarla, y a pesar de haberla visto muchas veces en bikini nada se comparaba a la adrenalina y deseo carnal que me había provocado. Su piel suave y tersa bajo mi tacto... ¡mierda, no!
La vestí, aún con los pensamientos morbosos que se apoderaban de mi con cada segundo. Y esperé.
Esperé paciente a que abriera los ojos, porque en mi mente ya se había creado todo un plan para hacerla mía, a la buena o a la mala.

sábado, 21 de diciembre de 2013

CAPITULO 2.

Edmund caminó, seguro y altanero, a la escuela.
Todo el mundo lo miraba y cuchicheaba, algunos lo saludaban y otros le sonreían; el chico popular. Llegó a su casillero, y esperó. Mientras sacaba sus libros y revisaba que todo estuviera bien ordenado, miró a todos lados, esperando a Victoria, pero no había señal de ella. Sus amigas caminaron al lado de él.
-Chicas.- las tres se giraron, riendo.- ¿No ha llegado Victoria?
-No, dijo que venía en camino, ¿necesitas ayuda con algo?- dijo coqueta una, pero él no le prestó atención.
-No, es raro que llegue tan tarde.
-Es que vienen a dejarla.- dijo otra entre risitas, y las tres se rieron a carcajadas. A Edmund no le agradaban; eran buenas chicas pero demasiado ruidosas para su gusto, y no le gustaba que nadie poco merecedor de Victoria estuviera a su alrededor.
-De acuerdo.- dijo él y caminó a su clase.
No podía esperar a verla y que su plan se llevara cabo, quería ver la reacción de ella cuando la invitara a salir.
Mientras él esperaba a Victoria, yo me acosté, mirando hacia arriba. Que aburridos eran los humanos, esperando a realizar sus deseos sin siquiera saber si les saldrían bien o lo arruinarían todo; el cabello me caían en la cara, las alas estaban expandidas sobre el suelo de mis aposentos. Aburrido.
Un alboroto comenzó a oírse afuera, seguido por varias pisadas. Salí sigiloso y vi a varios ángeles de un lado a otro, nerviosos. Uriel pasó y se detuvo al verme.
-¿Qué está pasando?- Uriel estaba entre los siete arcángeles, era alto, musculoso y usaba una armadura dorada sobre su túnica de ángel. Su cabello era oscuro y sus ojos claros.
-Deberías ir a ver a tu amigo, Abel.- dijo con gesto serio y el ceño fruncido.- Creo que se está volviendo loco.- y levitó emprendiendo dirección hacia los aposentos de las Virtudes.
Emprendí camino a la sala principal, donde todos estaban amontonados, mientras se escuchaban muchas personas hablando, entre ellos a Peter. Anna estaba sobre uno de los pilares, con la expresión furiosa, subí a su lado.
-¿Qué está pasando?- le dije, ella no se giró.
-Hoy es el día.- dijo con voz serena.
-Oh, no...
-Oh, sí... - dijo y se tocó los cabellos. Finalmente había llegado el día tan temido, y ese día significaba solo dos cosas: o la humana perdería su record de pureza, o iba a morir. Observé atento a todos discutir, y la voz de Peter era la que más se oía, pero no entendía nada. Un golpe al suelo nos obligó a girar la vista hacia el ventanal, donde el arcangel Gabriel entraba.
Gabriel era la mano derecha de Dios y el líder de los otros seis. Su aspecto era imponente, y su armadura era la más brillante, sus ojos azules y su cabello dorado nunca pasaban desapercibidos; caminó seguido por Raziel y Michael.
-¿Qué está sucediendo?- dijo con voz de hielo, y finalmente las personas se dispersaron, dejándome ver a Peter parado frente a un ángel de la muerte.
-Éste ángel está ocasionando problemas sin ningún motivo, Gabriel.- habló la mujer. Eve era uno de los ángeles de la muerte, era esbelta, poderosa, con los cabellos dorados y los ojos oscuros como una noche sin luna, era temerosa incluso para los ángeles mismos.
-¿Algo qué decir?- dijo Gabriel a Peter.
-¡Sí! ¡No estoy de acuerdo con la decisión de las Virtudes!
-No está a discusión.
-¡Pero...!- entonces, desplegó sus alas, furioso.
-¿Estás revelandote contra los designios divinos, Peter?- le dijo Raziel.- ¿Sabes lo que le pasa a los que desobedecen, verdad?
-Exilio.- dijo Michael, con su voz serena. Peter lentamente bajó sus alas y la mirada al suelo. Los tres arcangeles comenzaron a caminar, y Gabriel se detuvo:
-Despidete de tu humana, Peter.- y siguió su andar hacia los aposentos del señor. Los demás espectadores caminaron hacia sus deberes, y solamente Peter permaneció ahí parado, mirando el suelo; Anna y yo bajamos pero al vernos, comenzó a caminar al jardín.
Anna suspiró:
-Supongo que se acabó.- dijo con voz amarga y se dirigió al ventanal, sigilosa.
Solo yo permanecí ahí, sin saber cómo sentirme respecto a eso. Entonces, la voz mental de Edmund me sacó de mis pensamientos:
"¿Por qué tarda tanto?" lo oí decir "¿No vendrá a clases?"
Busqué a Edmund y lo encontré parado en la puerta trasera de la cafetería, mordiendo distraídamente una manzana. "¿Estará enferma?" dijo, entonces, su mente se volvió un caos y supe que su obsesión había aparecido. "¡Vaya, que hermosa se ve hoy!" "De acuerdo Ed, solo díselo" y comenzó a caminar hacia ella. Victoria estaba sentada leyendo como siempre bajo el árbol detrás de la cafetería de la escuela; era fácil identificarla, porque siempre llevaba algo blanco que la delataba, esta vez traía una tiara en la cabeza con unas diminutas alas. Irónico.
-Hola, Victoria.- dijo nervioso Edmund, pero ella siguió leyendo, se aclaró la garganta.- Victoria, hola.- pero ella siguió con su labor, entonces le tocó las alas de la tiara y ella, asustada, se puso de pie y dejó caer su libro, se agachó a recogerlo pero ambos se golpearon la cabeza.
-Lo siento.- dijo ella riendose. Edmund le apartó los mechones de cabello y ella se sonrojó.
-Buena lectura.- dijo él, nervioso.
¿Buena lectura? ¿Es en serio? pensó. Ella se rió.
-Sí, es buena. Adoro la manera de pensar del chico, es un atrevido.
-Como la mayoría de los hombres.- contestó él y se rieron. Se miraron largo rato, y por ese momento creí que las cosas iban bien para el humano, entonces recordé que a la humana no le quedaban mucho tiempo de vida. Y sentí pena por él.
-Entonces... uh... yo... quería preguntarte algo.- dijo él, metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón.
-Claro, dime.- dijo ella sonriendo aún, y apenas abrió la boca Edmund para hablar de nuevo cuando un chico se acercó por detrás de Victoria y le tapó los ojos.
-Adivina quién soy.- dijo, Victoria sonrió de oreja a oreja y le tocó las manos.
-No me imagino quién serás.- le contestó entre risas, el chico la giró y le plantó un beso dulce en los labios; y la mente de Edmund perdió toda la cordura, parecía como si hubiesen miles de abejas en su cabeza, revoloteando por su cerebro. Caminó hacia atrás, perdido y salió de allí lo más rápido que pudo.
-¿¡Edmund!?- gritó Victoria pero él no se detuvo. Solo siguió caminando hasta que llegó a su auto, subió en él y arrancó sin rumbo alguno.
Su mente seguí siendo un caos.

Después de muchas horas, el atardecer ya había llegado en el mundo humano.
Todos en la escuela habian hablado del extraño comportamiento de Edmund y de que aún no llegaba a su casa; su auto había sido encontrado en el estacionamiento de unas canchas pero no había nadie. Era un caos la ciudad, mientras él estaba en un almacen abandonado, fumandose hasta el último cigarrillo de su caja de veinte, con varias botellas de alcohol alrededor. Miraba perdido el techo, y por su mente solo pasaba la sonrisa de Victoria y de como no era para él.
"No me voy a rendir" dijo su desquiciada mente, porque en el transcurro de esas horas, su mente era un panal de abejas asesinas enojadas, y ningún pensamiento era claro en su mente. Solo había Victoria, Victoria, Victoria, Victoria.
Peter estaba igual.
En todo el día no había dicho ni una palabra, y solo miraba atento a su humana preocupada, a quien más de una vez habían acosado para preguntarle sobre el desaparecido, pero ella solo decía lo mismo: "estaba ahí, y de pronto ya no." Estaba muy preocupada por él.
-Cuando salga del trabajo, iré a su casa.- dijo ella mientras acomodaba los pastelillos en la vitrina.
Anna se acercó a mí después de mucho rato.
-¿Has hablado con Peter?
-No.- le dije.- ¿Tú?
-Lo intenté, pero dijo que estaba bien.- suspiró.- Pero está destrozado.
-Lo sé.- bufé.- Sólo quiere saber cómo va a morir la humana.
-Creo que todos.- dijo apenada.- Y el morbo es un pecado, Abel.
-Supongo que no merecemos la gracia del Señor.
-No. No la merecemos.- dijo, y permanecimos ahí, en silencio, mirando a mi humano perder la consciencia por la ebriedad.
Entonces, algo recorrió mi cuerpo. Era una sensación amarga, fría y desconocida, era casi como... ¿miedo? ¿Yo tenía miedo? Imposible, los ángeles no sentimos nada, ¿cómo podía sentir? ¿Qué estaba pasando? Miré a Edmund, quien se había despertado y su cabeza seguía nublada por el alcohol, la tristeza y la decepción. Se levantó y comenzó a caminar, despacio y distraído, con su mente distraída y bajo la oscuridad.
-¿Qué le pasa?- dijo Anna. Los ángeles comenzaron a juntarse a nuestro alrededor.
-Está borracho.
-Parece perdido.- dijo un ángel al fondo.- Deberías convencerlo de volver a casa, Abel.
-Que lo haga él.- contesté ignorando al humano. Peter parecía también estar absorto a algo, así que, dejando a mi humano, fui con él. No se giró al oírme, pero sí suspiró.
-No puedo creer que hoy sea su último día.- dijo con voz apagada.
-Tampoco yo... - le dije. Después de diecisiete años oyendo maravillas de ella, sentía pena por la humana, pero más por Peter.
-Quisiera poder... - se detuvo. Lo entendía. Un ángel es un ser sin sentimientos, sin emociones, existimos para proteger y guiar, nuestros pensamientos deben permanecer con nosotros, sin importar cuales fueran, porque expresarlos era pecar, y el pecado se castigaba con el destierro eterno. Y nadie quiere eso. Nadie querría vivir eternamente en el mundo de los humanos, siendo solo un ente sin futuro ni pasado, solo presente.
Suspiró profundamente, y yo igual, y nuevamente la sensación extraña volvió a mí: era más fría y más tenebrosa y mis alas parecían ansiosas, pero nada pasaba por la mente de Edmund, de hecho, estaba parado detrás de un poste en una calle poco iluminada, terminando de beberse el último trago de su botella.
-Deberías hacerlo volver a casa, Abel.- dijo Peter nervioso.- Ya ha bebido demasiado.
-Al único lugar al que irá, será a la cárcel.- le dije. Anna y Uriel se acercaron a nosotros.
-Compasión, Abel.- dijo ella, rozándome con sus alas nuevamente. Siempre hacía eso para brindarme un poco de su halo, pero yo no lo necesitaba. Mi halo estaba en perfecto estado.
Unos ángeles pasaron frente a nosotros, riéndose de algo, y lo siguiente fue tan rápido que ninguno pudo reaccionar: Victoria caminaba después del trabajo, mirando su celular y por su expresión esperaba noticias de Edmund, por alguna razón decidió tomar la calle poco iluminada, preocupada por acortar el camino para llegar pronto e ir a ver a su amigo; Edmund por su parte miraba la botella vacía en sus manos, queriendo sacar más alcohol, su mente seguía siendo un caos. Peter decía algo sobre la compasión, algo de mi poco amor hacia la vida humana. Nadie prestó atención hasta que Eve se acercó a nosotros, sigilosa, mirando con mucha atención a nuestros humanos, y con esa sonrisa malvada en sus labios.
Pasó todo muy rápido, como dije.
En un momento, Victoria detuvo sus pasos al darse cuenta de que había sido un error tomar esa calle, giró a la oscuridad, donde a lo lejos aún se veían personas y carros transitar. Pero no regresó. Siguió caminando a paso lento y cuidando cada movimiento, mirando alrededor con ojos atentos y algo nerviosa, pues se sentía inquieta.
Edmund oyó unos pasos acercarse, y su vista borrosa le indicó que era una mujer y claro que la reconoció. Sabía que era ella, casi podía sentirla, olerla, saborearla, su mente aún era un caos, pero las piezas comenzaron a encajar en cuanto la vio caminar hacia él.
Nosotros fuimos más lentos aún: ninguno de los cuatro pensaba que algo malo sucedía hasta que, de los labios de Eve, salió un sonido parecido a la risa, la miramos, nos miró, y con la mirada más fría desapareció. Tardamos en entender qué sucedía.
Fuimos muy idiotas.
-¿Quién anda ahí?- dijo Victoria, y se detuvo de golpe nerviosa.- ¿Quién anda ahí?- volvió a repetir. Oyó unos pasos y estuvo tentada a regresar corriendo hacia la calle iluminada, pero bajo la tenue luz de la lámpara que alumbraba, distinguió a Edmund.

-Oh, Dios, Edmund.- dijo aliviada, acercándose a él.- Me diste un susto. ¿Dónde has estado? Todos hemos estado muy preocupados por ti.- y se acercó más. La mente de Edmund se aclaró un poco, pero yo no presté atención.
-¿Edmund?- dijo ella, estiró la mano hasta acercarse completamente, y lo miró.- ¿Estás bien?- dijo preocupada. Y fue todo rápido: la miró, lo miró, se miraron, la botella que descansaba en su mano se estrelló contra la cabeza de Victoria, quien soltó un grito de dolor. Edmund tapó su boca mientras ella pataleaba y luchaba contra sus fuertes brazos, desesperada por la falta de aire, hasta que finalmente perdió la batalla y cerró los ojos.
Victoria había dejado de moverse.

jueves, 19 de diciembre de 2013

SÉPTIMO CIELO

CAPITULO 1.
Aquí en el cielo, las cosas siempre son aburridas.
Como guardián, nunca hay nada interesante que ver: solo te sientas todo el día a ver cómo tu protegido vive al límite. Los humanos hablan de los ángeles como seres omnipotentes que todo lo saben, pero lo que no entienden es que, incluso en los ángeles, existen las jerarquías y tristemente, nosotros estábamos hasta abajo; hubiera querido ser un serafín, esos buenos para nada que solo le cantan y reciben la gracia de Dios, o incluso una virtud, ¡Dios! Ellos solo predicen el futuro y se codean de ello, pero no. Era un simple y común ángel, el último en la cadena, como un parásito, condenado a existir para los humanos estúpidos.
Pero para algunos ángeles, la vida humana era muy interesante; podían pasar horas e incluso días observando y admirando cada movimiento, cada mirada, cada mínima cosa de los parásitos destructores, pero yo no entendía que era lo que les gustaba; para mí, los humanos solo eran un intento fallido de la perfección, un error de Dios que solo servían para contaminar y destruirse asimismos y su alrededor.
Odiaba ser un ángel guardián, en verdad, y nunca había nada bueno que hacer, aunque, en algunos casos, los guardianes tienen protegidos interesantes, como Anna que fue el ángel guardián de Abraham Lincoln, quien todas las noches le susurraba al oído lo bien que progresaba con su vida, o Daniel, el guardián de Alba Edison, y que la cometa y los relámpagos había sido toda idea suya, incluso poner una tormenta ese día. Y qué decir de Joshua y Da Vinci, todo un drama.
Y luego, estaban aquellos que custodiaban las almas malvadas, porque hasta ellos tenían su guardián. Hasta los angeles de la muerte eran más interesantes, siempre esperando a terminar con la vida de alguien, sin preocuparse por mantener con vida un estúpido mortal.
Y finalmente, estaba yo. En mis más de mil años de existencia, nunca, jamás, me habían asignado un protegido interesante, todos habían sido personas que nunca hicieron nada bueno con sus vidas y yo mismo quería matarlos, y solo esperaba el momento en el que todos murieran y poder tener uno nuevo. Pero nada. 

Nunca.
Y mucho menos, éste último chico.
Su nombre es Edmund Delfigalo, popular, estratega como Alejandro Magno e hijo de empresarios italianos. Desde el primer momento que me asignaron su cargo, sabía que no tendría nada interesante en su vida, que sería otro simple humano inútil que cumpliría su ciclo y yo solo tendría que esperar a que acabara siendo asesinado o que, para mi desgracia, muriera de viejo.
Y los primeros diecisiete años de vida, así fueron: niño tonto, mimado, presumido, berrinchudo, padre ausente, madre alcohólica, luego una hermana y luego otra, amantes, peleas, trofeos, primeros lugares, escuela secundaria, popularidad, muchas fiestas, experiencia sexual, amor.
El chico y su vida me eran totalmente indiferentes, y no me importaba realmente nada de él, excepto ese momento en que algo cambió: recuerdo muy bien la fecha, agosto del dos mil, cuando la profesora de su clase de primer año les presentó a la compañera nueva, una linda chica gordita, con una sonrisa muy linda, que cautivó no solo a la mayoría de los chicos, sino también a Edmund, quien a partir de ese momento, desarrollo una extraña obsesión por esa chica. Y de eso, ya doce años.
Entonces, desde el instante en que sus ojos se cruzaron, Edmund quedó flechado y yo tenía que soportar sus pensamientos de enamorado en la primaria y los eróticos en la adolescencia, su nombre era Victoria Ruffus.
Victoria era una humana promedio, de piel casi traslúcida, con una cabellera castaña oscura y larga, ojos avellana, y un rostro normal, a los ojos de un ángel, era una mujer típica sin nada interesante, pero para los humanos que la rodeaban, Victoria era considerada una belleza insólita, una diosa carismática y el sueño erótico de todos, incluido Edmund. Para mí, si físicamente hablamos, no era linda, pero su alma era clara, pura y dadivosa, y dondequiera que iba, las almas a su alrededor recibían lo que en los cielos llamábamos “virtud”. En muchas ocasiones, Peter, su angel guardián, decía que ella podía ser un ángel cuando muriera y por ello observaba con cuidado todos sus movimientos, procuraba aconsejar sus decisiones y prevenirla en sueños o pensamientos si tomaba una decisión que la llevara a la muerte. Estaba extrañamente obsesionado con la chica como los demás humanos, y lo entendía, porque todos los protegidos que habían estado bajo su cargo terminaban siendo asesinos seriales; recuerdo a aquel chico que, junto a una banda de hombres, asesinó sin piedad a la mujer embarazada de un director de cine. Dios, el impacto que dejó eso en Peter. Por ello, ahora que tenía al “ángel” como la llamaba, no quería que ni el mismo sol la tocara.
 Casi la misma obsesión tenía Edmund con ella.
Pero ese día, ese preciso día, cuando yo creí que sería otro día cualquiera sin nada nuevo, Edmund despertó después de una larga noche de fiesta. Era un viernes cualquiera en su ciudad: despertó y permaneció acostado en la cama, mirando perdido el techo.
-Hoy es el día.- se dijo con entusiasmo y, con pensamientos positivos, salió de la cama. Tardo poco en el baño y mucho menos en arreglarse, desayunó con su familia, llevó a sus hermanas al colegio y, mientras manejaba a su escuela, varios pensamientos vagaban por su mente. Todos los conocía. Sabía que, en cuanto la viera, la saludaría como todos los días, le sonreiría, le diría lo linda que se ve, y antes de que ella le preguntara por la tarea de literatura, él la invitaría a salir. Estaba tan seguro de que su plan no iba a fallar, que la sonrisa de autosuficiencia no se borraría ningún momento.
Entonces, esperé sin interés a que el día terminara y se fuera a dormir nuevamente. Anna se acercó a mí.
-¿Alguna novedad?- dijo deteniéndose a mi lado. Sus cabellos largos y del color del caramelo caían en cascada sobre su hombro derecho, su vestimenta era igual a la de todos: pantalones color hueso y una blusa igual, aunque envuelta con pliegues blancos en sus pies descalzos, sus hombros y sus brazos, y un collar con una pluma dorada colgada de su cuello.
-No ha muerto.- le dije mirándola. Se sentó a mi lado, mirando a Edmund.
-Tu humano es muy interesante.- dijo.
-No tiene nada de interesante, Anna.
-El problema es que no quieres aceptar lo grandiosos que son estos seres.- y esa sonrisa, esa maldita sonrisa de imbécil, cruzó por sus labios, como a todos los demás les pasaba cuando se trataba de los humanos. Yo era muy diferente a mis otros compañeros, adictos a la plaga, especialmente Peter y Anna, aficionados con la vida humana, enfermos por ellos.
Pero eran los angeles con quienes más deambulaba, y quienes, a pesar de mi actitud, permanecían a mi lado. Al menos en eso no podía quejarme; yo no estaba solo.
-Dale una oportunidad, Abel.- dijo rozándome con sus alas.- Seguro que hoy, la vida de tu humano cambiará incluso la tuya.- y se despidió, dirigiéndose hacia sus aposentos. Miré a mi alrededor, como todos vigilaban a sus protegidos, como se reían de sus incoherencias, como disfrutaban su existencia, pero yo no podía verlos de otra manera; me dije a mi mismo que debía darle una oportunidad a Edmund, que ese humano debía tener algo que me hiciera cambiar de parecer, que quizás, este preciso día me haría tener una perspectiva nueva y mejor de todos ellos. Quise creer en ello.
Creí.
Pero, como siempre, tener fe en los humanos solo ocasiona decepción. Incluso para nosotros.


lunes, 16 de diciembre de 2013

7*La mensajera

Regresé a casa como a las cuatro de la mañana.
Estaba cansado, me dolía la cabeza y apestaba a alcohol, tabaco y mujeres, sabía que al día siguiente debía despertarme temprano, pero me importó una mierda. Cerré los ojos y perdí la consciencia.
Una ligera luz mortecina me despertó, y a pesar de haber descansado, sentía que no había dormido nada; mi alarma decía que eran pasadas de las once de la mañana. Me quedé más de la cuenta en la cama, mirando borroso todo a mi alrededor, vestía sólo mi boxer; me dolía el cuerpo y el maldito alcohol aún no salía de mi cuerpo. Mi cuerpo aún no se había acostumbrado al maldito horario europeo, y estaba que me llevaba el diablo.
Unos nudillos sonaron en la puerta.
-Largo... - ladré ocultando mi rostro en las almohadas. La puerta se abrió y unos pasos sonaron, eran tímidos y de ¿mujer? Probablemente era Nympha o alguna empleada, pero entonces los pasos se detuvieron.
-¿S-Señor Valentine?- dijo una voz. Esa voz. Levanté mi rostro de las almohadas, y ahí estaba ella: llevaba puesto un vestido color ciruela hasta la rodilla, mostrando sus piernas preciosas, tenía una boina beige, unas botas a la pantorilla y sus senos resaltaban con ese corte en "V".
La miré y me miró, y me puse jodidamente duro, y que fuera de mañana no tenía nada que ver. Ariel entró a la habitación:
-Disculpe, señor Valentine, su abuelo mandó a la señorita...
-Noiholt.- dijo culo-divino. Miré a Ariel, levantando la ceja.
-Dice el señor Valentine que si puede ayudarla en algo.- bufé, porque eso no era lo que yo le había preguntado, pero daba gracias a Dios de que Ariel me entendiera; entonces culo-divino le entregó un maletín oscuro, y sus pechos se movieron, jugosos.
-Oh, claro cariño.- dijo ella sonriendo, se giró hacia mí.- Su abuelo la mandó para entregarle unos archivos que debe enviar sin falta al mediodía a Velvet y Rubian Company.
-Mierda.- dije levantándome de golpe, y entonces, los ojos de culo-divino se abrieron de golpe, y claro que yo sabía lo que miraba: yo tenía un cuerpo que cualquier otro hombre desearía, y es que estos músculos no se habían hecho de la noche a la mañana, en parte, daba gracias al manicomio donde me habían encerrado, porque gracias a ellos, las mujeres se derretían cuando me veían.

Parpadeó y tragó saliva, mirando a otro lado. Así es, culo-divino, intimídate.
-¿Desea llamar a su abuelo, joven Vincent?- dijo Ariel, dándome mi bata.
-No, prepara mi desayuno y mi ropa.- le dije caminando al baño, ella asintió y jaló a Noiholt, dándome privacidad.

-Jajajaja, ¿en serio? Vaya, debe ser increíble.- oí decir a Ariel. Me había cambiado y estaba listo para irme, pero tenía resaca y debía comer algo, entonces las oí platicar alegremente.- ¿Cuánto tiempo piensas quedarte?
-No lo suficiente.- contestó culo-divino.
-Es una lástima lo que sucedió.
-No, para nada, es una bendición.- dijo ella.
-Sí, un bebé siempre es una bendición.-y me detuve. ¿Bebé? ¿Culo-divino tenía un bebé? Mierda, las únicas madres que yo me jodería deben ser las de mis amigos. Me sentí casi asqueado por haber imaginado joderme a una madre joven... ¿cuántos años tenía, de todos modos? No parecía una mamá, y ese cuerpo... ese maldito cuerpo. Abrí la puerta de la cocina mientras oía las risas de ambas, y culo-divino estaba recargada en la barra, con su falda más arriba de los muslos. Tragué saliva.
-Ariel.- dije, ambas me miraron y la expresión de culo-divino cambió. La sonrisa de borró de sus labios y sus ojos se oscurecieron.
-Todo listo, señor Vincent.- dijo y dejó mi comida en la barra, junto a culo-divino, en cuanto me acerqué se alejó sutilmente. Me senté a desayunar mientras revisaba el maletín, entonces Ariel le ofreció un café a culo-divino, ella se acercó a mí lado, y un extraño olor me golpeó: en mis veinticinco años de vida, recibiendo solo las mejores cosas y rodeado de elegancia, jamás había olido algo tan... hipnotizantes. Era como un aroma florar pero dulce, y a la vez sexual, una extraña combinación. Aspiré profundamente y luego, ella se alejó. La miré y ella a mí, sus ojos... Dios, tan bellos, tan...
-¿Vincent?- la voz ronca de Nympha me sacó de mis pensamientos, arruinando todo.
-Buen día, señora.- saludó Ariel, Nympha se acercó a mí, tomó la copa de vino que Ariel le ofrecía y luego, se giró.
-Buen día... cariño.- y sorbió. Miré de reojo a culo-divino, quien se acomodaba la falda discretamente.- ¿Vincent?
-Qué.- dije, tragando saliva. Esas piernas...
-¿No deberías irte ya?- dijo en voz baja. Supuse que ya se había presentado.
-Estoy comiendo.
-Pero, Voltaire... - entonces, dejé caer el tenedor.
-Mierda, ya voy.- dije enojado, ella intentó tocarme pero sacudí su mano.- Vámonos.- dije y comencé a caminar, esperé a ver culo-divino me siguiera, pero nada se oía.- ¡Ahora!- grité y segundos después sus tacones sonaron. Caminamos en silencio hasta llegar a la limosina, la cual Tasha abrió.
-Buen día...
-Ahora no.- dije enojado, ella esperó a que culo-divino entrara y cerró la puerta, luego comenzó a manejar. Me giré para decirle algo a culo-divino, pero sus ojos brillaban como luces navideñas con la belleza de mi mansión, así que el trayecto fue silencioso... y tenso. Sentía la sangre gotear y oía los pitidos de mi corazón; entonces, para terminar de joderlo, culo-divino movió su pierna derecha hacia arriba, como para cruzarla, pero luego volvió a su lugar, después de bajó el dobladillo de la falda que se había subido más de lo normal, después se alisó los cabellos, miró su celular, jugó con sus uñas, y por último tecleó sobre el maletin. El punto era que no podía quedarse quieta, y eso a pesar de que debía fastidiarme, solo lograba despertar mi libido, porque cada movimiento suyo era una neurona nerviosa mía que despertaba, hasta que al final ya no pude contenerme.
Ella había cruzado sus piernas y sus manos descansaban sobre sus rodillas; yo me imaginaba en ese momento arrancarle la ropa y poseerla, mientras sus gemidos sonaban en la intimidad de la limosina, mi miembro se endureció y tuve que cambiar de posición, sin notar que había quedado muy cerca de ella. Tampoco lo notó, porque miraba como estúpida hacia afuera, se movió inconscientemente, provocando que su falda subiera más, y que mi miembro despertara. Entonces, mierda que si no, coloqué mi mano ligeramente sobre su rodilla, sintiendo cómo su piel se erizaba... para alejarla rápidamente.

¿Qué mierda había sido eso?

Después de que llegamos a Biocorp, cada uno volvió a su labor. No nos dirigimos la palabra ni siquiera nos miramos. Voltaire y el consejo estaban de un humor de mierda, pero eso a mí no me interesaba: yo había terminado todo y perfectamente, no deberían quejarse. Se pusieron a hablar como idiotas, ignorándome por completo, por lo que salí furioso de la oficina de juntas, y justo en ese momento, choqué con una chica. La sujeté de los hombros, y sus senos rebotaron. Culo-divino...
-D-Disculpe, señor Valentine... -dijo nerviosa, y se inclinó. Los empleados que pasaron detrás de ella se rieron, degustándose de ello. Atrás, perros... pensé.
-No hay problema.- le dije. Levantó el rostro y sus exóticos ojos se clavaron en los míos.
-Con permiso.- dijo y se alejó hacia el elevador, donde Klaus Mierda Heizenberg la tomó del brazo y le sonrió, se quedaron platicando largo rato hasta que elevador se abrió y entraron, y seguían sonriendo cuando las puertas se cerraron. Entonces, Klaus estaba como perro detrás de la sexy mamá.

Revisaba los estados de cuenta una hora más tarde, cuando unos nudillos tocaron la puerta.
Lancé una bola de papel al cesto.
-Qué.- dije nuevamente mirando el monitor, entonces el olor a café me golpeó.
-Su café, señor Valentine.- dijo culo-divino. No levanté la vista, pero le indiqué con la cabeza que lo dejara en el escritorio. La oí caminar hasta el escritorio, y cuando dejó la bandeja, un escoté en "V" color guindo captó mi atención.
-¿Desea que le prepare el café, señor?- dijo con voz solemne. Aparté los ojos del monitor y la miré: ¿por qué estaba aquí? Me quedé mirándolo sin expresión, intimidándola, pero ella solo tragó saliva. Asentí y comenzó a servir el café en la taza, entonces la puerta se abrió.
-¡Aquí estás!- dijo Sasha. Estaba envuelta en un traje color hueso y su cabello recogido en una cebolla sobre su cabeza.
-... y tú qué... - pero no me hizo caso, jaló a culo-divino del brazo y la empujó a la puerta.
-Vamos, Lia, Klaus está como loco buscándote.
-Pero... el señor Valen...
-No, no, largo, yo me haré cargo del consentido.- dijo y la sacó de la oficina, luego, se giró a mí.- Hola, idiota.- dijo y caminó al escritorio.
-Qué mierda, Sasha.- dije y volví al monitor. La oí preparar el café y después lo puso frente a mí.
-Toma, cariño.- dijo sonriendo. Tomé el café y ella caminó hasta quedar al lado mío, giró la silla y sonrió.- ¿Te divertiste ayer?- sorbí el café, y mierda, Sasha sabía exactamente cómo me gustaba mi café.
-Delicioso.- le dije, ella entonces se sentó en mis piernas, y jugó con mi saco.
-Que guapo estás hoy, Vinny.
-Lo mismo digo.- le dije, sorbiendo de nuevo mi café. Soltó una risita y me agarró el cabello.
-Estás muy, muy, muy guapo, Vinny.
-Lo sé.
-Muy guapo... - entonces, bajé la taza de café.
-¿Qué mierda quieres, Sasha?- le dije, ella se detuvo.
-Nada, cariño.
-Sasha... - le dije apartando sus manos de mí.- ¿Qué mierda quieres?- ella colocó sus manos en mi cuello, y sonrió.
-Solo quiero jugar, cariño... - y entonces se acercó a mi oreja y la mordió. Mierda...
Me levanté rapidamente y sonreí.
-Lárgate Sasha, estoy trabajando.
-También yo.- dijo y se levantó, caminando hacia mí.
-Vete, Sasha, en serio.- entonces, unos nudillos sonaron de nuevo.
-Pasa, cariño.- dijo Sasha, entonces culo-divino entró con tres carpetas.
-Disculpe, señor Valentine, pero lo solicitan en la sala de juntas.- y luego miró a Sasha.- Tiene una llamada, señora.
-Sasha, Lia.- le dijo enojada, poniendo sus manos en sus caderas. Culo-divino asintió.- ¿Quién me llama?- dijo caminando a la puerta.
-S-Su hermano llamó, señora.- y su voz, por unos instantes, sonó insegura y ronca. Sasha detuvo su andar, y se giró a ella, con una mirada que yo nunca había visto en ella: era pena y tristeza en su estado puro, casi rayando la lástima.
-¿Tú tomaste el teléfono?- susurró, culo-divino negó.- Bien.- se giró a mí, sonriendo nuevamente.- Jugamos después, cariño.- y me lanzó un beso guiñándome el ojo. Cerró la puerta detrás de ella y nuevamente estábamos solos, pero no duró mucho, porque me miró con una mirada sombría.
-Con permiso, señor Valentine.- dijo y caminó fuera de la oficina. Me quedé solo unos segundos ahí, y salí, entonces vi a culo-divino hablando con Klaus Mierda, y cómo éste le sonreía estúpidamente, para después entrar a la oficina. La recepcionista y muchas de las empleadas que merodeaban por ahí, los miraron con odio y hasta cuchichearon, pero yo sabía lo que estaban viendo: que Mierda Heizenberg estaba acostándose con culo-divino.
Maldito hijo de puta... pensé mientras presionaba el botón para subir a joder a Voltaire y los directivos.

jueves, 12 de diciembre de 2013

6*El club

-¿Es en serio? ¿Me están jodiendo?
-Aún no, V.- dijo Tala, sosteniendo mi hombro para no moverme. 
-¿Un prostíbulo?- dije horrorizado. Ian caminó a mi lado.
-Club de caballeros, ignorante, ten mas respeto.
-No se puede.
-¿Desde cuando te desagradan los prostíbulos, proxeneta de mierda?- dijo Tala bajándose del auto. Los tres nos quedamos ahí parados, esperando a los demás. Observé detenidamente el lugar: un edificio de dos pisos color titanio con el nombre Jewerly en letras cursivas y de neón púrpuras, la entrada era como la de los antros, con dos enormes gorilas vigilando y otro más recibiendo la cuota, en el segundo piso se podía ver que los cristales eran de doble vista. El lugar no parecía tan malo, de hecho.
-No me desagradan.- le dije.- Pero creí que iríamos a un lugar "genial"- y levanté los dedos haciendo las comillas, entonces un Corvet gris viró a toda velocidad y se estacionó perfectamente al lado nuestro, y de el bajó un jodido hombre de casi dos metros, rubio, con piel blanca como la cal y jodidamente musculoso.

Caminó con su andar despreocupado y agresivo.
-¡Spence!- dijo Ian y casi corrió a su lado. A leguas se notaba que Ian idolatraba a Spencer Lutz casi como un dios. Con cosas como esas, siempre era frío y sin expresiones, pero había algo en el pequeño Ian que a Spence le recordaba a su fallecido hermano menor. Por eso, cuando el enano se acercó a saludarlo, le despeinó los cabellos oscuros, con una sonrisa seca en los labios.
-¿Qué tal, chicos?- saludó con su acento australiano. Maldito cazador de canguros.
-Es una fiesta de bienvenida para Vinny.- dijo Tala empujándome a su lado. Spence me vio y me saludó dándome un rápido abrazo.
-No sabía que habías regresado.- me dijo.
-Ahora lo sabes.
-Vaya, parece que alguien está en su periodo.- dijo Tala y todos se rieron, entonces alguien tocó la bocina. Nos giramos y un Mustang verde oscuro se estacionó.
-¿Reunión?- dijo un acento inglés. Brian Abernaty, de cabello casi blanco, ojos grises, delgado y piel blanca. Hijo del Secretario de Defensa de Inglaterra, un verdadero patán y un saco de mentiras y palabrerías.
-Solo falta Wyatt.- dijo Tala, mirando su celular.
-Dijo que empecemos sin él.- dijo Spence, todos lo miramos.- Me dijo que tenía algo que hacer.
-Últimamente se ocupa mucho.- dijo Ian.
-Parece que tiene una chica por ahí.
-Mientras no sea mi chica, todo está bien. Entremos.- nos dijo Tala.
-¿Tu chica? ¿Sigues con eso?- se burló Brian.- Ni siquiera sabes si ella se interesa por ti.
-Lo hará.- dijo el pelirrojo, con una sonrisa arrogante que demostraba que lo que él quería, siempre lo obtenía. Los gorilas nos miraron mientras caminabamos hacia ellos, entonces reconocieron a Tala y abrieron la entrada: y el lugar era majestuoso. Con un estilo muy playboy y a la vez muy femenino, con paredes rosa metálico y negro brillante, una cabina de DJ y seis burbujas enormes con seis diferentes tipos de chicas, una una tarima con un tubo en medio y más de veinte mesas con salitas y sus respectivos tubos, una barra enorme con cuatro bartenders y gorilas por todos lados. Las chicas bailaban como reinas sobre las mesas, en los tubos, en la tarima principal y las burbujas. Y yo nunca había visto tantas bellezas juntas, ni siquiera en un desfile de modas. Dos chicas se acercaron a nosotros.
-Bienvenidos a Jewerly.- dijeron al unísono.- ¿Desean algo?- Brian se acercó a ellas.
-Hola, hola, bellezas.- risitas tontas.- ¿Podríamos pedir una mesa privada, señoritas?- Brian nos guiñó un ojo y las bellezas nos guiaron hacia lo que parecía la zona privada. Subimos unas escaleras y llegamos al segundo piso donde, efectivamente, había un enorme ventanal de doble vista, con cortinas negras platinadas. Las chicas se alejaron, y otra llegó.
-Hola, señor Abernathy.- dijo con acento americano, era alta, delgada, bien proporcionada y con cabello rojo.
-Lexus, preciosa.- dijo y la abrazó.
-¿Lexus? ¿Es en serio?- me burlé. Los chicos se sentaron y mientras Brian hablaba con Lexus, yo miraba a todos lados mientras una suave y sensual música sonaba; la sala era muy elegante y se podía oler la intimidad, habían siete mesas y en cada una había un botón de colores, dos chicas atendían la barra mientras otras se paseaban en ropas diminutas atendiendo a los caballeros. Ninguna chica vestía ni del mismo color, ni el diseño, ni siquiera su corte de cabello era igual. Siete cortinas púrpuras estaban cerradas, frente al ventanal de doble vista.
-¿Qué hay ahí?- pregunté hacia las cortinas. Lexus, quien estaba tomando la orden de tragos, me miró.
-Es la zona VIP, corazón.- parecía que estaba mascando chicle.
-¿Por qué no vamos ahí?- dijo Tala. Ella soltó una risita.
-Solo se puede ir ahí con una chica, corazón. ¿Desean ordenar algo?- y mascó de nuevo.
-Escoces para todos, Lexus.- dijo Brian, ella asintió y dejó una carpeta negra con rosa.
-A la orden, corazón.- y se fue moviendo su trasero más de lo debido. Brian le pasó la carpeta a Tala.
-Escojan.
-Escoger, ¿qué?- dijo éste, entonces abrió la carpeta y varias fotos de chicas se veían, junto con un número al lado.- Wow, ¿es en serio?- dijo pasándonos más carpetas.
-Aquí todo es más fácil, corazón.- dijo Brian y se rieron. Tomé una de las carpetas y repasé los rostros de las chicas, y la verdad, todas eran bellezas diferentes.
-Todas son preciosas.- dijo Tala.
-Y no han visto a las chicas VIP.- dijo Brian riendo, y nos mostró la lista de esas chicas: doce preciosas mujeres, ninguna de la misma nacionalidad, y una de ellas se me hizo muy familiar. Usaba un antifaz negro de enredadera, pero su belleza se podía ver, y parecía ser muy exótica. Algo en su mirada...
-Quiero a ella.- dijo Tala apuntando a una de las chicas con nombre de flores, de cabello rosa, por lo que debía ser una peluca, y ojos grises.- Dios, se ve preciosa. Ivy.
-Yo tengo la mía.- dijo Ian, apuntando a una asiática de cabellos largos y negros.- Sayuri-san.- y soltamos una risita. Ian tenía debilidad por las asiáticas.
-¿Spence? ¿Vinny?- dijo Brian.
-Paso.- dijo Spence.
-También yo.
-Oh, vamos aguafiestas.- se quejó Tala.- Una chica no hará daño.
-No la necesito.- dijo Spence.
-Claro que sí.
-No.
-Pues al diablo, ¿Vinny?
-Tampoco la necesito.- y bufó.
-Se tienen mutuamente.- dijo Ian y se rieron. Lexus regresó con las bebidas.
-¿Terminaron, corazones?- las colocó en la mesa, tomando las carpetas, entonces me di cuenta de que no mascaba, más bien parecía que así era su manera de hablar.
-Sí, tesoro.- dijo Brian y le pasó una hoja con números.- Por favor, lindura.
-Ok, corazón.
-Oh, espera.- y le pasó una tarjeta dorada.- Dame a tus dos mejores VIP, nena.- y le guiñó el ojo. Ella se rió, y se alejó hacia una puerta. Los chicos comenzaron a conversar, pero yo realmente no estaba de buen humor, principalmente porque culo-divino no salía de mi mente. Un mensaje de Natalie me llegó:
*¿Ocupado?
*Nunca.
*¿Dónde estás?
*Con los chicos.
*Comeré en Apollo's :)
*Que bien, ¿harás algo después?
*De compras, te quiero.
Y fue todo. Cerré mi celular, porque eso era nuestra relación: ninguno se preocupaba lo suficiente por el otro, a menos que fuera necesario. Mientras los chicos hablaban, me concentré en pensar en ella, en lo perfecta que me pareció la primera vez que la vi, en lo sensual de sus labios, en  su cuerpo precioso, en sus ojos azules, su cabello largo y sedoso, y en ese momento, ninguna mujer para mí significaba nada. Ella lo tenía todo.
-Hola, cariño.- oí una voz, levanté la vista y tres sensuales mujeres estaban paradas frente a nosotros. La chica de cabello rosa era la de mejor senos, y la asiática tenía un trasero increíble... lo que me recordó a culo-divino, y comencé a imaginarmela como una de las bailarinas del club. Mi miembro estaba comenzando a ponerse duro.
-¿Pretendes que los miremos tener sexo con estas prostitutas?- oí a Spence quejarse, sacandome de mis pensamientos eróticos. Tenía una expresión demasiado molesta.
-¿Estás menstruando? Relájate, Spence.- dijo Tala, mientras su chica le bailaba riendose.
-No son prostitutas, amigo.- le recriminó Brian.- Se llama arte, ten respeto, por Dios.
-Me voy.- y se levantó, entonces, chocó con una diminuta chica de senos preciosos, el cabello plateado brillante, lo cual era una peluca. Vestía un corsé de encaje negro con plateado, medias de red negras, tacones plateados de punta de aguja y un antifaz de enredadera. Sonrió.
-Hola, mi nombre es Silver y seré tu chica ésta noche.- dijo con un acento vagamente familiar. Spence se quedó ahí parado viéndola, y por un momento creí que la correría, pero parecía embrujado, mirándola como un imbécil.
-¿Spence?- dijo Brian, poniéndose de pie, pero su chica le restregó los senos en la cara y ahí se quedó. Una mano me tocó.
-Hola, cariño, soy Goldie, y seré tu chica ésta noche.- me sonrió, ella era incluso más diminuta que su compañera, guapísima, con senos enormes pero firmes, cintura perfecta, piernas torneadas y una peluca dorada, igual que su atuendo. Levanté la ceja, porque me era demasiado familiar, casi se parecía a...
-Ésta va por mí, amigos.- dijo Brian levantándose y guiándonos a las cortinas. Mi chica me tomó de la mano, sonriendo, y caminó frente a mí, tenía un jugoso trasero. Por el rabillo del ojo vi a Spence caminar detrás de su chica, embobado, porque tenía un culo jodidamente divino, redondo, firme y sedoso. Por qué no me tocó ella... me susurré a mí mismo mientras entrabamos a la pequeña habitación. Goldie cerró la puerta y me guió a la decente cama, que era muy cómoda.
-¿Algo que desees hacer, cariño?- dijo parándose frente a mí. Iba a reusarme a sus encantos, pero mierda eran dos y estaban divinos, y yo no era célibe sin importar mi situación con Natalie. Ella lo sabía.
-Música.- le dije, sonrió arrogantemente y puso una canción que yo conocía muy bien.- ¿All I need?- levanté la ceja, ella sonrió de nuevo.
-Sé cosas, cariño.- y caminó sensualmente a mi lado, con sus senos bailando y sus caderas igual. Se detuvo frente a mí, y me separó las piernas.
-Tranquila, esa debería ser mi labor.- le dije inclinándome hacía atrás, ella se sentó en mis piernas, con su rostro a un centímetro de mí.
-No lo creo, cariño.- susurró con voz sensual. Debo decir que, siendo hombre, que una mujer sensual se te insinúe no es fácil de ignorar, principalmente cuando la que tenía enfrente era deliciosa. Me acarició el rostro mientras la música sensual sonaba.
-No me beses... - le dije.
-No pensaba hacerlo, guapo.- contestó y torció una sonrisa.
Guapo, guapo, guapo, guapo... su voz. La había escuchado en algún lado, lo sabía.
Pero mis pensamientos fueron opacados cuando sus caderas comenzaron a bailar sobre mi regazo. La miré como si fuera lo más bello que hubiera, mientras esa sonrisa torcida se marcaba en sus labios. Subía y bajaba al ritmo de la música, y yo parecía encantado. Posé mis manos en sus caderas, y ante mi tacto se erizó su piel, su peluca dorada cayó sobre mis hombros, y pude oler la esencia de flores silvestres, posiblemente de su champú o su crema corporal...
¡Mierda!
-Vera.- dije cuando me mordió ligeramente la oreja, y entonces ella se detuvo.
-¿Disculpa?- dijo confundida, pero su voz sonaba histérica.
-Eres Vera.- le dije, sin preguntar. Mierda que no iba a saber que era ella; a pesar de los años transcurridos, el olor de ese conjunto de cremas jamás se me olvidaría. Casi lo tenía grabado en mi nariz.
-No sé de qué me hablas.- dijo soltando un risita, y volvió a su labor, moviendo sus encantos en mi rostro, y a pesar de que estaba funcionando, me vi forzado a detenerla.
-Sí lo eres.- se separó de mí.
-Creo que me estás confundiendo, corazón.- dijo, pero ya sonaba alterada.
-No.
-Ok, lo que necesitas es un poco de acción... - y se inclinó hacia mí, pero sujeté sus muñecas con una mano, separándola de mi nuevamente, y con la otra le arranqué el antifaz. Rápidamente se puso de pie, haciendo saltar sus senos, y volvió a colocarse el antifaz.
-¿¡Qué te ocurre, imbécil1?
-Si fuera tú no me hablaría de esa manera.- le dije divertido.
-¡Quién te crees que eres!
-Dijiste que serías mi chica ésta noche, ¿no?- la reté caminando hasta ella, dio unos pasos hacia atrás, hasta que chocó con la pared. Tanteó en la ligera oscuridad.- No tienes a dónde ir, "Goldie"- le dije con maldad.- Y la verdad, siempre quise hacer esto... - ella tragó saliva cuando me paré frente a ella, con unos quince centímetros más arriba. Levanté mi mano y acaricié su rostro hasta llegar a su cuello, y con la otra aprisioné sus muñecas sobre su cabeza, dándome una mejor visión de su cuerpo. Tragó saliva y yo me lamí los labios.
-Lo vas a disfrutar, Vera. Lo prometo.- le dije con toda la maldad y lujuria mezclados, vi el miedo en sus ojos, entonces los cerró. Su pecho subía y bajada, y su corazón parecía que iba a estallar, y finalmente ya no me pude contener y solté una risotada.
Me miró con los ojos abiertos de par en par, como si el loco fuera yo.
-Largo de aquí, Vera, en serio.- le dije entre risas. Esperó y luego salió silenciosamente, y después de que mi ataque de demencia se pasó, salí también. Caminé hasta la mesa con mi bebida en la mano, y luego volvió a aparecer.
-Te dije que te largaras, Vera.
-Llámame Goldie, imbecil.- dijo y se sentó en mis piernas, con mi rostro a centímetros de sus senos.
-¿Quieres ir a jugar al cuarto?
-Ni loca, imbecil.- dijo furiosa.
-Entonces, ¿qué diablos quieres?- bebí mi escoces y lo retuve en mi mano.
-El imbécil de Brian pagó una chica VIP, y solo tengo una opción, así que... - y tomó mi mano, yo levanté la ceja y ella sirvió más escoces. Nos miramos más de lo debido a los ojos, cuando unas risas resonaron; ninguno apartó la vista.
-¿Ya terminaron, tortolitos?- dijo Tala sentándose a mi lado. Su chica se reía como idiota y se sentó en sus piernas.- Más, por favor.- le dijo y ella tomó la botella de la mano de Vera, rompiendo el contacto de nuestros ojos. Ian y Brian venían con sus chicas riendo como imbeciles, y Vera me jaló un mechón de cabello, atrayendo mi atención.
-Si alguien se entera, te asesino.- susurró en mi oído y lo mordió, yo le di una nalgada y todos se rieron.
-No me amenaces, Goldie.- le dije, con mis labios en sus labios, a segundos de un beso.
-¿Y Spence?- interrumpió Ian.
-Silver es una diosa.- dijo Ivy con una risa idiota.- Debe de estarlo domando.
-Tendrás cargos extras en tu tarjeta, Brian.- dijo Tala y todos se rieron.
Bebí de mi trago mientras Vera y las chicas se reían; una que otra vez le acariciaba las piernas o le pedí que llenara mi vaso, entonces aprovechaba para acecharla, y ella furiosa, mantenía la sonrisa. Pero los minutos pasaron, y mientras nos emborrachábamos y divertíamos, Spence y su chica finalmente salieron.
-¡Touchdown!- gritó Brian. Spence caminó hasta la mesa, con una expresión de imbécil en el rostro, mientras su chica caminaba a la barra.
-Parece que tenemos a Tim Tebow en el equipo.- dijo Ian y todos nos reímos. En mis piernas, Vera se estremeció.
-¿Anotaste, galán?- insinuó Brian, su chica le dio más alcohol.
-Digamos que... ésta noche dormiré tranquilo por mucho tiempo.- y levantó el puño triunfante. Todos le aplaudieron, y las chicas alegaron ir por más bebidas. Vera se quedó sentada en mis piernas, sin moverse, con la piel erizada, ligeramente le acaricié la mano y la sostuve con fuerza.
Fuera lo que fuera, sin importar el pasado, o la vida de ambos, había una cosa de la que estaba seguro ahora: Vera aún no superaba a Spencer.
Seguía locamente enamorada de él.

viernes, 6 de diciembre de 2013

5* Los ojos

Los días pasaban como el agua que fluye de un río.
Voltaire odiaba mi altanería, y todos y cada uno de los miembros de la mesa directiva también, pero una mierda me importaba, porque después de mi propuesta, y de que solo tres miembros de la mesa directiva la aprobaran, lancé al mercado las acciones nuevas y el comunicado salió dos días después. Y mierda que no me equivocaba, porque las demás compañías enviaron a Biocorp varias cartas de felicitaciones, y entre ellas, mierda los Darkar.
Así que las cosas iban de buena manera: trabajar en Biocorp era una mierda, pero al menos hacía algo, y cuando no tenía mucho trabajo, llamaba a Natalie. La chica era un sol: mira que soportar una relación a larga distancia, y lo que era peor, nunca formalizamos lo nuestro. La había conocido hace más de dos años, y llevabamos un año saliendo, y muy a pesar de todos mis desplantes y mis ataques de locura, ella estaba ahí sin pedirme nada a cambio. Ni siquiera un título.

Estaba en la oficina improvisada, harto y con ganas de irme de allí, cuando la puerta se abrió.
-¿Tienes tiempo, guapo?- habló Sasha. Aparté mis ojos de la pantalla de mi ordenador, y la belleza árabe que estaba frente a mí caminó hasta mi escritorio: Sasha tenía treinta y cinco años, era delgada con curvas, de piel aperlada, cabello largo, castaño oscuro y lacio y un rostro precioso. Recuerdo que cuando era adolescente, ella era mi fantasía sexual.

-¿Qué pasa?- se sentó en la silla frente a mi escritorio y miró a su alrededor.
-¿Por qué aún no decoras tu oficina? Es un espacio muy lúgubre.
-Diez segundos, o te vas.- le dije volviendo a mi ordenador. Que mierda. Ella soltó una risita.
-Ya, ya. Quería hablar contigo...
-Nueve, ocho, siete...
-Ok.- y suspiró.- Voltaire me dijo que habías decidido regresar por tu propia cuenta...
-Tecnicamente me obligó Nympha.
-Oh... - y nada. Envié unos correos pero ella no dijo nada. Suspiré
-Habla de una vez.
-Sé que quieres dejar en la ruina a mi padre.- soltó y clavó sus ojos de miel en mis ojos grises.- No voy a decirte los detalles de lo que hacen en la empresa, porque realmente no lo sé.- suspiró, rendida.
-Y tu revelación significa que... - dije sin mirarla. Las gráficas no estaban en el nivel que yo quería, y mientras ella me miraba con ojos suplicantes.
-Que no sé en qué posición estoy en esa ecuación.
-No es mi problema, mujer.- le dije buscando los demás archivos. Estaba seguro de que los había dejado por algún lado, pero no recordaba donde.
-Vincent, debes entender...
-Mierda.- dije enojado, abrí la puerta y le grité a Justin, el maldito inútil que me habían asignado de asistente. El chico entró, nervioso.
-Señor... -tartamudeó.
-¿Dónde están los archivos de entrada de Velvet?
-Los dejé en la primer carpeta.- dijo caminando hacia el estante donde estaban las carpetas. Me desesperé, porque yo no era idiota y ya había buscado allí.
-Diez segundos.- le dije furioso.
-Parece que el diez es tu número favorito, cariño.- se burló Sasha, pero yo chasquee los dedos, haciéndola callar. El inútil se giró.
-Lo siento, señor.- bajó la mirada.- Enseguida le consigo las copias.- y salió disparado, lejos de mi mirada asesina. Sasha soltó una risita.
-Largo.- le bramé furioso, ella se rió como tonta mientras movía su trasero hacia la puerta, y fue cuando la vi: culo-divino estaba parada frente al ascensor, con su cabello oscuro sujetado en un broche brillante con una flor morada. La puerta del ascensor se abrió, y Evan Mierda Heizenberg salió, besó de una manera extraña a culo-divino y caminó hacia su oficina. Sin despegar su mirada de mí.
Sasha fue con culo-divino y desaparecieron tras las puertas plateadas; nuevamente, no vi su rostro.

*Por qué te fuiste? TALA
*No tolero a la gente inútil. VINCENT
*Jajajajaja, tampoco yo
*Despediré a todo el personal si es necesario.
*Sólo no te metas con mi chica.
*Estúpido.
Su chica.
Estaba sentado en la cafetería, leyendo unos archivos sin preocuparme por el tiempo, ni nada, aunque ya sabía que llevaba muchísimo tiempo ahí. Las camareras pasaban solo para verme, y una que otra me preguntaban si deseaba algo más.
-Nada, gracias.- les contestaba sin siquiera mirarlas. No es que el sexo femenino no me interesara, es solo que un chica ordinaria no era lo que precisamente me cautivaría, especialmente cuando la más reciente que me había tirado era una súper modelo de Victoria's Secret. Al lado de ella, ninguna otra mujer significaba nada.
Entonces, había terminado de revisar todos los archivos, aunque estaba furioso porque el inútil había perdido unos muy importantes. Pero lo despediría al regresar, pensé, fue entonces cuando alguien se acercó a mí. Una chica, por el sonido de sus tacones.
-¿V-Vincent Valentine?- susurró, entonces reconocí esa voz de ángel. Culo-divino. Levanté la vista lentamente de la laptop, y por fin, ahí estaba ella: con un rostro divino del color del melocotón, unos mechones de cabello desordenados en su rostro, unos labios redondos y finos y mejillas rosadas por el frío, y mierda que no faltaría, dos encantos decentes se dejaban ver bajo una blusa color hueso.
-¿Señor Vincent Valentine?- volvió a preguntar, esperando no equivocarse. Miré que en su mano llevaba unas carpetas verdes, así que extendí la mano sin decir nada, ella me entregó las carpetas.- El señor Voltaire me envió a traerle esto, señor.- dijo tímida. Le eché un rápido vistazo a los archivos, y todo estaba en perfecto estado. El chico era bueno, pensé mientras revisaba, pero un error era un error. Por el rabillo del ojo vislumbré unas piernas torneadas y fuertes bajo unas medias color piel. ¿Bailabas ballet, culo divino?
-¿Dijo algo más?- le pregunté. Levanté la vista y ¡maldita sea! Culo divino no solo tenía un trasero perfecto, unos labios divinos y un frente de encanto, sino que la miserable tenía heterocromía. ¡Justo como yo! Su ojo derecho era color verde y el izquierdo, almendra. Y aparte de ello, su mirada era seductora y atrayente. Mátame, mujer.
-No, señor.
-Bien.- y chasquee los dedos. La chica se quedó ahí parada. Dios, ayúdame.- Largo.- le bramé. Ella parpadeó, entendió después de mil años, y asintió.
-Con permiso.- dijo, y su voz, su gloriosa voz, sonaba relajada pero confundida. Miré su divino culo andar a la salida, y no pude evitar imaginarme cómo se vería cuando lo tomara. ¡Carajo! me dij, entonces, ella volteó y yo regresé mi vista a la laptop rapidamente. Y claramente me pareció haber visto una sonrisa de autosuficiencia.



Dos horas después de estar ahí sentado como idiota, recibiendo llamadas de Voltaire y Sasha jodiéndome, un mensaje me llegó:

*¿DÓNDE ESTÁS? IAN
*En Barbados. VINCENT
*Tala tiene algo para ti.
*No quiero.
*No es una petición. Te recogemos en diez.
-Mierda. Bueno, más vale que sea bueno.- me dije mientras salía de la cafetería, esperando a los chicos. Y más valdría que fuera bueno. O los despediría a ellos.

domingo, 1 de diciembre de 2013

4* Primer día

Y una mierda, odio despertarme temprano.
El despertador sonó y lo dejé ahí mientras me quitaba el sueño de encima. Miré hacia el techo y me levanté, entonces el estante se movió. Me estiré para mirarlo: supongo que lo único bueno que podría decir de mi padre es que me dejó un increíble gusto por la arqueología; es lo mínimo, ya que el miserable había sido un arqueólogo innato muy famoso. Entonces, recordé las últimas palabras que me dijo: "No me odies."
Y una mierda, pensé mientras salía de la cama. Odiarlo ha sido lo único que me ha mantenido en pie todos estos años.

Nymphadora miraba perdida la fotografía familiar cuando bajé las escaleras.
Estaba tan absorta que no se dio cuenta de mi presencia hasta que hablé:
-Buenos días.- le dije, ella se giró y parpadeó al verme. Sus ojos mostraban que había estado llorando.
-Cielo, oh, Dios, que guapo te ves.- me dijo pero su voz sonaba apagada.
-¿Voltaire?- ella se encogió de hombros.- Bueno, me voy.
-¿Irás a verlo, cariño?- asentí.- Que te vaya bien, amor.- y se giró a la foto nuevamente.
Mientras salía lo único que pensaba es que se había vuelto jodidamente loca.
Tasha estaba parada frente a la limosina, mientras Ross hablaba con ella; por la expresión del rostro de ella, no parecía interesarle en nada lo que él le decía, pero como siempre ella era muy educada.
-Tasha.- la llamé y ella se giró. Casi sonrió al verme. Solo casi.
-Señor.
-Buenos días, señor Vincent.- me saludó Ross con su acento irlandés. Asentí.
-Llévame a Biocorp.- le dije y ella asintió, abriendo mi puerta. Ross nos despidió con un saludo, muy alegre.- Odio a ese tipo.- le dije mientras ella conducía por la avenida. Me miró por el espejo retrovisor.
-Es amable.
-Le interesas.- le dije mientras miraba mi móvil. Seis llamadas de Ian y dos de Natalie. Mientras pensaba seriamente si responderle o no, Tasha frenó en seco, y yo casi salí disparado hacia adelante.- ¡¿Qué mierda te pasa?!- le grité enojado, y miré al frente, donde una chica estaba parada, sosteniendo varias cosas en las manos. Tasha se bajó, le dijo algo, ella asintió y después de comprobar si estaba bien, salió corriendo de nuevo. Reanudamos nuestro viaje.
-Disculpe, señor.- dijo mirándome.
-Deja de ser tan formal, por Dios.- ella parpadeó.
-Vincent...
-Mucho mejor.- y sonreí, ella me imitó.
-¿Por qué volvió, señor?- preguntó, entonces parpadeó.- Vincent.
-No lo sé- y me recosté en el asiento.- Odio éste lugar.
-Lo sé.- contestó.- ¿Por qué volviste?- y su pregunta quedó flotando en el aire.
¿Por qué había vuelto? Ni yo mismo lo sabía.

Tasha se detuvo en frente de las oficinas, y yo bufé.
-Que tenga un buen día, señor.- dijo sonriendo. Me reí.
-Si me das un beso antes de irme, será perfecto, cariño.- y ésta vez ella no pudo evitar reírse. Me bajé y suspiré fuertemente antes de entrar. Iba a ser el primer día de mi miserable vida de mierda.
Mientras caminaba hacia la oficina principal, vi a Ian en la recepción hablando con una chica de traje azul oscuro, cabello largo, ondulado y negro y un maldito trasero que me dieron ganas de tomar ahí mismo. Él se veía molesto por algo, y hablaba por su celular, la chica entonces negó y otra mujer se acercó a ella. Ian se veía muy enojado, y después de maldecir a quien le hablaba, cerró el celular y caminó hacia el elevador.
Se detuvo al verme.
-Odio a la gente inútil.- me dijo mientras presionaba el botón para subir. Me quedé mirando el ascensor. Dios sabía que los odiaba.
-Creo que todos.- la puerta se abrió y entramos.
-¿Qué haces hoy aquí? Y vestido tan formalmente... - y después de que no le contesté, sonrió.- ¡Amigo, vaya! ¡Hasta que sientas cabeza!- y me golpeó levemente el hombro. Yo estaba nervioso.- Esa Natalie debe ser muy persuasiva... - y entonces, me molesté. Diablos, como odiaba que mencionaran su nombre, en serio. El elevador se detuvo, y varias personas entraron, lo que hizo que comenzara a sentirme desesperado. Me recargué contra el barandal mientras las seis mujeres que estaban ahí me miraban, calientes. Pero yo no podía ver nada más que la puerta, porque debía concentrarme en no perder los estribos. En el octavo piso, todas las chicas se bajaron, y una entró cargando unas cajas.
-¿Me estás siguiendo, acaso?- oí decir a Ian. Ella se puso de espaldas a mí, por lo que solo pude ver su ondulado cabello negro.
-Tú me persigues.- le contestó con una voz clara, serena y melodiosa. Era una hermosa voz.
-Yo trabajo aquí.
-Yo también... más o menos.- dijo y ambos se rieron.
-¿Por qué presiento que Klaus está explotándote?- le dijo de pronto Ian, ella le contestó algo, que no entendí porque estaba comenzando a marearme. Decidí concentrarme en algo antes de que me pusiera a gritar como loco. Ella giró su cabeza hacia Ian, y la oí reírse. Mire su largo y ondulado cabello, y me concentré en eso: normalmente las chicas arreglaban su cabello para ir a trabajar, pero ella parecía que acaba de despertarse, y aún así se veía muy bonito. Noté unos destellos castaños en la espesura negra de su cabello, y me perdí; mis ojos bajaron hacia su redondo, firme y perfecto trasero. De pronto, mis pensamientos solo eran las mil maneras en las que me gustaría poseer ese divino y exquisito trasero. ¡Lo que le haría!, pensé mientras la vi cambiar de lugar una de sus largas y torneadas piernas.
-¿Vincent? ¿Estás bien?- oí que preguntó Ian. Levanté la vista a regañadientes del trasero divino y vi a Ian preocupado.
-Sí.
-¿Seguro? No te ves bien... - pero antes de contestar, el elevador se detuvo. La chica se despidió de Ian y salió casi corriendo, moviendo su divino trasero. Ian caminó y yo lo seguí.
-¿Qué piso es?
-Oficina de Voltaire, chico.- juntó las cejas.- Te ves pálido, ¿seguro que estás bien?- no le contesté. Caminé hacia la oficina esperando no desmayarme.
La recepción del piso de Voltaire era, como esperaba, perfecta: paredes blancas con un ventanal decente, sillones de cuero blanco con franjas negras, una mesita de café negra, cuadros de arte abstracta, y una chica asiática de cabello castaño y ojos claros atendiendo. Me sonrió al verme.
-Buenos días, señor, ¿en qué puedo ayudarlo?- dijo con un acento inglés. Joder, me gustaban las chicas inglesas.
-Voltaire Valentine.- le dije.
-¿Tiene una cita?- dijo mirando una libreta. Me reí. Odiaba a las nuevas, nunca sabían quién era, y antes de poder contestarle, la chica trasero-divino caminó cargando una caja.
-Ming, ¿se encuentra la señora Darkar?- preguntó. Miré una vez más ese culo suyo, tan perfecto bajo esa molesta y sexy falda.
-No, creo que dijo que iría con el señor McLord a Velvet. ¿Quieres que la llame?- trasero-divino se apartó el cabello.
-No, gracias Ming.- y se fue por el mismo lugar por donde habia venido. Ming me miró, y yo caminé hacia la oficina de Voltaire. Entré sin tocar, y él estaba sentado en su silla, mirando varios papeles con gesto enojado.
-Te dije que toques antes de entrar, Ming.- dijo enojado.
-No soy Ming.- le dije. Él levantó sus ojos, y sonrió.
-Hijo, pensé que no vendrías.- y sonaba aliviado.
-Te dije que lo haría.
-Lo sé.- dijo y volvió a sonreír. Me senté en la silla frente a él, y segundos después Ming tocó.
-S-Señor, lo siento... éste joven... - comenzó, pero luego se calló. Supongo que notó la familiaridad o quizás el parecido entre nosotros.
-Ming, él es mi nieto, Vincent.- nos presentó. Yo asentí.- Trabajará de ahora en adelante aquí.
-Sí, señor.- dijo ella, y se fue.
-¿Y bien? ¿Qué es lo que sucede?- pregunté. Voltaire me pasó los documentos que leía, que eran más que nada una gráfica de las pérdidas de la empresa en el último año, y cómo la compañía árabe subía con cada pérdida nuestra. Ver el nombre de Darkar Entreprises me molestó demasiado; malditos arenosos, de verdad los odiaba.
-Y siguen cayendo con cada acción que los Darkar compran.- me dijo.
-¿No crees que es muy raro que la compañía caiga tanto?- dejé los papeles en el escritorio.- Me parece que no has estado haciendo tu tarea bien, Voltaire.
-¿Qué quieres decir? ¿Que alguien está soltando información?
-Posiblemente.- y me rasqué la barbilla.- Se me hace muy extraño que las cosas vayan tan mal; estas gráficas nos hacen quedar como unos imbéciles mundialmente, Voltaire, y no creo que alguien quiera comprar nuestras acciones si seguimos así.
-¿Qué sugieres? Ya hemos intentado de todo, y nada funciona.- bufó.- Y a este paso, Kahil Darkar comprará la compañía.- Kahil Darkar era el dueño de Darkar Enterprises. Hijo de un jefe árabe y una verdadera princesa, el hombre ganaba millones con solo existir; su legado comprendía seis hermosas doncellas como herederas, de las cuales una era nuestra vicepresidenta, y un solo varón, hijo ilegítimo de su matrimonio. Pavel Darkar, heredero a un legado que arrasaría con todo.
-Primero... debemos investigar qué está haciendo Kahil para que sus acciones suban de esa manera, podríamos...
-Ni siquiera pienses preguntarle a Sasha.- me interrumpió.- Yo hablé con ella, y dijo que su padre y el bastardo no le quieren dar ninguna información. Menos, porque saben que trabaja para nosotros.
-Mierda.- dije, él asintió.- Bien, subiremos las cotizaciones. Las acciones bajaran un diez por ciento en el mercado, de esa manera, los compradores estarán más interesados. También lanzaremos un comunicado de nuevas acciones a la venta, y los Darkar sabrán que hemos vuelto.- me reí.- Mataremos dos pájaros de un tiro.- Voltaire se rió conmigo.
-Perfecto.- tocó el comunicador de su teléfono.- Ming, comunicame con McLord, Darkar, y el señor Cipriano.- dijo.
-Enseguida.- me quedé mirando hacia el ventanal, perdido. Solo quería volver a poner a Biocorp en la cúspide para volver a mi vida pacífica; realmente no me interesaba para nada quedarme en Moscú, solo quería cumplir con mi deber como miembro de la familia, y después irme lo más lejos posible.
Y mi mente voló hasta Natalie, la dulce y tierna Natalie.
Maldita sea, extrañaba a esa mujer; era una completa inútil, y lo único que sabía hacer era fastidiar mi presencia, pero realmente me importaba, y probablemente ella también sentía lo mismo por mí. A menos que solo le gustara que la llevara de compras a tiendas caras, lo cual me hacía feliz.
Estaba tan sumergido en mis pensamientos, que no noté que alguien más estaba en la oficina.
-Muchas gracias, querida.- dijo amablemente Voltaire, lo cual me sorprendió.
-De nada, enseguida llamó a la señora Darkar.- dijo la mujer, y oh diablos, culo-divino estaba presente. Giré la silla pero solo alcancé a ver su delicioso culo caminar, mientras la falda azul subía más arriba. En todo el día había tenido encuentros con culo-divino, pero en ninguno había visto su rostro, lo cual estaba bien, porque no quería que un rostro feo deformara la impresión que tenía de ella.
Voltaire carraspeó.
-Debería buscarte una oficina, hijo. Te parece... - pero lo interrumpí poniendome de pie.
-No te molestes. No me quedaré aquí como una rata.- caminé a la puerta.- Cualquier cosa que necesites, lo haré pero no encerrado en tus dominios.
-Vincent...
-Me has tenido encerrado demasiado tiempo, Voltaire.- le dije mientras abría la puerta.- Y te dije que si querías volver a estar en la cima, harías lo que yo dijera ésta vez.
-Muchacho arrogante e insolente.- dijo molesto y se levantó.- ¿Cómo te atreves a hablarme de esa manera?
-Lo hice.- lo reté.
-Intenta entender tu lugar...
-Entiende el tuyo, Voltaire.- le dije.- Sacaré de la mierda tu compañía, pero será a mi manera y cuando eso suceda, me largaré de nuevo, ¿estamos?- no dijo nada, solo me miró con sus cielos furiosos.- Perfecto. Tienes mi número para cualquier cosa.
Y salí de ahí, ignorando por completo a la fila de imbéciles que caminaban a la oficina.
-¿Vincent?- oí que me llamó una mujer, pero me importó una mierda. Solo quería irme de ahí.

¿CÓMO COMENZAR TU JOURNAL?

¡Hola a todos y bienvenidos a mi blog! En el artículo anterior les enseñé ¿Cómo hacer un junk journal? y no morir en el intento paso a ...