Sobe una chica:

Mi foto
Tamaulipas, Mexico
Madre primeriza y escritora, con muy poco tiempo libre pero que le gustan las manualidades.

lunes, 31 de marzo de 2014

El síndrome de Estocolmo

Hay dos tipos de dolor: aquellos que las personas nos infligen y los que nosotros mismo ocasionamos.
Muchas veces permitimos que nos lastimen, y no porque no nos guste, sino porque amamos tanto a quien nos daña, que la idea de que nos abandone, de que nos quedemos sin ese amor, es insoportable.
Y luego, cansados de llorar, decidimos que vamos a terminar.
Creemos que podemos comenzar de nuevo, enamorarnos de alguien diferente y ser felices, pero el recuerdo del dolor no se va, se queda ahí, como una brasa caliente sobre la piel, como los pies expuestos al concreto ardiente o como la lengua pegada a un témpano de hielo. Y nos aferramos a él.
Deseamos que nunca se vaya, que si olvidamos ese dolor, los recuerdos se irán también, y el pánico y la desesperación de olvidar a quien se ama, no se puede permitir.
Entonces, dejamos todo aquello bueno que teníamos y volvemos a arrastrarnos ante esa persona, rogándole que, aunque sea, nos lastime de nuevo, que nos haga a su manera, pero que nunca nos abandone.
Y es ahí donde te das cuenta de que no amas a nadie,
Que solo amabas a un recuerdo y que esa persona ya no existe.
Pero estás tan ciego que no lo puedes ver, y permites que te dañe con su indiferencia y que te mate con sus falsos te amos. Y, muy en el fondo, quieres huir de su lado, escapar del llanto, pero no sabes cómo.
Eres prisionero de un falso amor y de llantos y mentiras.
Y lo único que puedes hacer, lo único que te queda y tu único consuelo, es llorar.
Porque eres demasiado cobarde para irte
Y de todos modos, a pesar de todo el dolor, nunca encontrarás un motivo para irte.
Sin importar cuán dañado esté tu corazón, siempre querrás quedarte.
Aunque realmente, no quieras estar ahí.


domingo, 9 de marzo de 2014

Decir las cosas que nunca se quieren decir.

A veces, los errores nos pueden costar demasiado.
Como cuando sabes que hiciste algo malo,
algo que sabes no tendrá arreglo.
O algo que va a lastimarte a ti. O a él. O a terceros.
Muchas veces me pregunto qué está sucediendo conmigo,
porque no puedo hacer nada bien
porque todo me sale tan mal
y la única cosa que podía hacer bien, terminé estropeándola.
Duele, ¿no es así?
Es ese tipo de dolor que sabes que podría matarte
pero que tu mismo te provocaste
que aunque quisieras detener, no se puede. Y te mata.
Y, peor aún, que a pesar de que deberías hacer el intento por impedir,
permites que duela porque no hay otro culpable más que tú.
Y te aferras a el.
Porque es la única manera de sentirte vivo.
Te aferras al dolor y los recuerdos porque es lo único que te queda.
Y al alcohol y al humo hasta reventar...
y cuando llegas al punto, a esa línea entre la realidad y tus fantasías,
ese pequeño hilo delgado...
te dejas ir.
Porque sabes que no es real, y no eres lo suficientemente cobarde para perderte.
Pero sabes que te has quedado solo, y por más que intentas llorar,
te das cuenta de que estás tan vacío que ni siquiera hay sollozos ni lágrimas.
Es en ese preciso momento donde te das cuenta de todo.
Donde aceptas aquello que estabas negando y donde tu vida dejó de ser la misma.
Estabas roto.
Jodida y hermosamente roto.
Como un cristal que se ha caído y aunque busques con lupa
y pegues con el mejor pegamento sus piezas,
sabes que jamás quedarás igual.
Te has muerto por dentro y solo eres un recipiente que vive
porque eres demasiado cobarde para morir.






Y te das cuenta de que tu vida ha dejado de valer la pena.
Y te odias.
Y sufres y lloras.
Pero solo sonríes porque estás jodidamente vacío.

Y es ahí donde sabes que esa persona se ha llevado todo lo que eras,
lo que algún día fuiste y lo que posiblemente llegarías a ser.
Pero sabes qué es lo peor?
Que ni siquiera esa persona lo sabe.

¿CÓMO COMENZAR TU JOURNAL?

¡Hola a todos y bienvenidos a mi blog! En el artículo anterior les enseñé ¿Cómo hacer un junk journal? y no morir en el intento paso a ...