Sobe una chica:

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Tamaulipas, Mexico
Madre primeriza y escritora, con muy poco tiempo libre pero que le gustan las manualidades.

sábado, 13 de diciembre de 2014

2.Ratón de biblioteca

Era uno de esos calurosos días que odiaba realmente.
Estaba encerrada en el lugar más frío de toda la escuela: la biblioteca, escondida entre unos estantes enormes de libros justamente donde el aire acondicionado pegaba directamente; le gustaba el calor, de verdad, pero cuando había una tranquila brisa de verano que la refrescara, mínimo que la hiciera sentir bien... pero no. Se sentía en el infierno, y no hablaba de lo mucho que la torturaba su mente esas últimas semanas.
Y mientras el aire le daba directo en la cabeza, alborotando sus ya de por sí alocados cabellos rebeldes, mientras buscaba algo bueno que leer en la de por sí aburrida selección de malos libros, no se percató de que estaba siendo observada desde la esquina. Ya era bien sabido que esos dos se traían algo. Se rumoraba por toda la escuela que tenían algo, por supuesto que sí, porque se les veía siempre juntos, a veces caminando por la pequeña explanada, a veces sentados en las gradas platicando, en otras ocasiones comiendo en silencio en cualquiera de las cafeterías, o en su lugar favorito. Él recargado casualmente contra el barandal, casi siempre con una mirada seria o una ligera sonrisa, y ella siempre hablando, normalmente a centímetros de él, llamando su atención levantando la voz, con esa típica sonora risa que la caracterizaba o tocándolo para que la mirara.
Las personas que veían todo desde la distancia se hacían la misma pregunta siempre: ¿qué hacía una chica tan adorable como ella, perdiendo el tiempo con alguien como él? ¿por qué siempre parecía como si sufriera? ¿por qué no le contestaba a sus detalles tiernos, a sus sonrisas radiantes, a las miradas coquetas que siempre  le lanzaba? ¿por qué parecía en ocasiones como si la odiara? Se preguntaban por qué el chico era tan frío con ella, si hacía lo mejor por hacerlo reír, aunque no funcionara; cuando solían verla hablar sin parar como si estuviera sola, sentían lástima por ella y hacían un sin fin de cosas para hacerla sentir bien...
Ajenos totalmente a que ella era tan feliz.
A ella no le importaba realmente lo que otros dijeran, la verdad es que a las personas se les es fácil juzgar lo que no entienden... y es que él no era frío, al menos no con ella. Debía admitir que le costó demasiado entenderlo, y al principio lo único que sabía de él era que su seriedad y frialdad lo caracterizaban; muchos le dijeron que acercarse a él era jugar con fuego, que lo único que iba a obtener de un témpano de hielo como él era dolor. Lo llamaban "Hielo seco", porque nunca expresaba ningún sentimiento a parte de la burla y la humillación a otros, y todo aquello con simples miradas. Pero... él se sentía extrañamente atraído hacia ella.
Como la polilla hacia la llama.
Lo supo cuando salió de su salón, preocupado porque no la había visto esperándolo como siempre en su lugar favorito, "¿dónde estaba, entonces ella?" Él no era paciente, ni tampoco inseguro, siempre demostraba una seguridad propia de alguien que nace en cuna de ora, pero un comentario de sus compañeros de clase lo hizo reflexionar; "A veces una mujer da demasiado, y cuando comienza a notar que no está recibiendo nada... se aleja. No todas tienen madera de sumisas"
Y algo en él despertó; él no quería que ella se alejara, la quería a su lado, siempre. O al menos, tanto como su seco corazón se lo permitiera. Por eso la buscó por la pequeña escuela, preocupado porque estuviera con alguno de esos amigos odiosos que tanto detestaba, o con sus molestas amigas que no soportaba. Pero ella no estaba por ningún lado...
"Está en la biblioteca", le dijo una chica desde los baños, alisando su cabello. No esperó a darle las gracias ni a que ella se volviera; subió lo más tranquilo posible, muriendo por dentro, temiendo encontrarla con alguien, sonriendo, regalándole a alguien más lo que por ley era suyo. Porque él tenía un serio problema, era un narcisista, un envidioso la mayor parte del tiempo y su complejo de rey alejaban a todas las personas. Pero, por alguna razón, aquella molesta chica, más enana que cualquiera de aquellas con las que había salido, plana como una tabla a comparación de las modelos que se tiraba, con una carita traviesa y algo inocente nada que ver con el perfil de diosas que se buscaba... de alguna manera, lo había cautivado.
Entró a la biblioteca y buscó con la mirada su delgada silueta, pero ahí sólo estaba la bibliotecaria y unos cuántos alumnos que lo miraron sólo una fracción de segundos... luego, oyó una risita. Una qué, últimamente, estaba en su cabeza todo el tiempo. Caminó hasta el último rincón de la pequeña biblioteca, que más que nada parecía un agujero de ratón... y ahí estaba ella: con un libro que hablaba de psicología humana en su mano, con esos lentes que no lo dejaban ver bien sus bonitos ojos como la borgoña, mordiéndose el labio con cierto aire intelectual (y él, comenzaba a amar ese gesto en ella), atenta a su lectura sin mirar a ningún lado. 
La observó largo rato, incluso cuando el timbre sonó, siguió mirándola, y ella pareció no notarlo porque de pronto, cerró el libro, tomó otro y volvió a lo mismo. De vez en cuando soltaba una risita, como si lo que estuviera leyendo le causara gracia, aunque, ¿qué persona cuerda pensaría que un libro de psicología es gracioso", pero él entendió entonces qué le gustaba de ella: qué, precisamente, le encontraba el lado divertido a las cosas. Muy diferente a él.
Se acercó a ella despacio para no asustarla, y ahí se quedó. Bien pudo haberse leído también un libro, o incluso escuchar todo su playlist y la despistada no se habría dado cuenta de que estaba detrás suyo, mirando las hebras oscuras de su precioso cabello, oliendo ese peculiar aroma a flores que emanaba, mirando su bonita piel de canela... y supo que, cualquier otra chica que hubiera estado antes de ella sin importar lo hermosas que fueran, no se compraban en nada a la singular belleza que ella era.
"Hola, ratoncillo de biblioteca", finalmente le dijo, cansado del silencio. La pequeña dio un brinco, el libro cayó de sus manos y sus ojos oscuros se perdieron en la belleza que eran aquellos dos orbes tan verdes como la primavera.
Aunque... ella no estaba segura de qué color era la primavera.

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