Sobe una chica:

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Tamaulipas, Mexico
Madre primeriza y escritora, con muy poco tiempo libre pero que le gustan las manualidades.

sábado, 13 de diciembre de 2014

3.Rudo... y cursi♥

Habían dos cosas en la vida que él detestaba: a la gente idiota que se creía lo que no era... y aquellos que se acercaban a ella.
Cuando no estaban juntos, si limitaba a mirarla desde el segundo piso junto a sus amigos, siempre atento a cada movimiento suyo, especialmente cuando algún chico andaba cerca; y no es que él fuera alguien celoso, de hecho se sentía increíblemente seguro de sí mismo... o al menos, había sido así hasta que la conoció a ella. Había notado grandes cambios en sí con respecto a la chica, empezando por lo enfermo que se había vuelto con respecto a las personas que se acercaban a ella, o estar al pendiente siempre de lo que hacía sin importarle cuán insignificante fuera. Aunque no le gustaban mucho los cambios, parecía tolerarlos, sobre todo cuando el rumor de que "ella se sentía feliz" llegó a sus oídos. Y él también se sentía feliz, aunque no sabía cómo demostrárselo; se estaba cansando de escuchar a todos decir que él solamente estaba con ella porque se sentía obligado, o para desaburrirse, o porque ella era su nuevo juguetito... pero no sabía ni cómo callar los rumores ni tampoco cómo demostrarle a ella que estaba feliz. Lo único que podía hacer, era quedarse a su lado y oírla contarle cosas idiotas.
Pero últimamente, debido a los exámenes a la vuelta de la esquina, se limitaban solamente a saludarse durante unos instantes, y en los descansos estudiaban en la biblioteca... oh, bueno, él lo hacía, porque ella sólo se sentaba a su lado a leer algún libro. De unos días para acá, la veía leyendo libros de psicología, tanto que pensó que la chica estaba interesada en la materia, pero cuando le preguntó el motivo, le dijo: "intento entender a alguien"
Y volvió a su lectura. Después de ese día, él se había alejado por completo de su lado.
Cuando se encontraban por casualidad en los pasillos, fingía no haberla visto y seguía de largo con sus amigos, evadía la biblioteca aún cuando odiaba estudiar en su salón de clases, con todo ese ruido que no lo dejaba pensar, no la mensajeaba aunque se moría por saber cómo le fue en su día, tampoco la acompañaba a su casa como lo hacía con anterioridad, de hecho le pedía el carro a sus padres para no tener que verla en la salida, y aunque al principio todos notaron el gran cambio que se había presentado en la parejita, se dieron cuenta de que de todos modos era aún  más raro que él hubiera durado mucho tiempo hablando con alguna chica. Porque él era hielo seco, era rudo como solamente él podía y las chicas no duraban mucho tiempo a su lado. Fue por eso que nadie notó que fuera raro su repentino aburrimiento hacia ella, pues no encajaba para nada en su perfil de chicas...
Pero ella, no entendía qué había hecho mal.
Sus amigas le habían dicho que no lo buscara, que era un idiota y que lo mejor era que lo olvidara... y así lo hizo. Durante los siguientes días, continuó con las cosas como si nada hubiera pasado, riendo con sus amigos, haciendo las actividades de siempre y yendo a la biblioteca; pensaba que quizás ahí lo vería y hablarían, pero no era así. La única ocasión en la que se habían encontrado, fue cuando él salía del salón de cómputo, el único lugar donde parecía poder estar a gusto aunque fuera media hora, y ahí se encontraron. Pero sus miradas no se sostuvieron por más de un segundo, porque él caminó lejos de ella...
Los días avanzaron y aunque todo parecía estar volviendo a la normalidad, aquel rubio de ojos verdes se preguntaba por qué estaba tan inquieto. Sentía que estaba cometiendo una estupidez, y también sentía que debía hablarle; ya no podía soportarlo más. Odiaba todo. Sus compañeros odiosos siempre armando alboroto, los profesores incompetentes frenando su desarrollo académico, sus compañeras hablando de chicos, citas y ropa, sus padres molestándolo con respecto a su carácter del demonio últimamente y hasta sus hermanos, a los que nunca veía, lo acosaban sobre su mala actitud. Y todo porque había visto algo que no le había gustado.
Fue un día ventoso, que llegó tarde y le tocó quedarse la primera hora en la biblioteca; iba a leerse un buen libro que había encontrado, esperando no tener que toparse a la chica aunque deseaba verla, y para su mala suerte la vio. Pero no estaba sola. Estaba con ese odioso chico que últimamente la rondaba mucho, aquel que pasaba la mayor parte del día jalándole el cabello o pegándole a su falda como si quisiera ver qué hay debajo. Los vio cargar unas cajas que sabía ocuparían para la obra de teatro del siguiente mes, y cuando el viento hizo una mala jugada, la falda de la chica se elevó, para su propia sorpresa. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba mirándolos hasta que notó cómo el chico, detrás de ella, soltaba una risa que le pareció idiota. Y no lo pudo resistir más.
Caminó hasta ellos, apretando los puños con ganas de asesinarlo, y le quitó la caja a regañadientes a la chica, quien al mirarlo parpadeó, insegura de lo que sus ojos veían. Ni siquiera pudo hablar. Subió las escaleras tomándola de la mano hasta llegar al salón de teatro, y dejó las cosas así; mientras el chico parecía igual de atónico que su compañera. Se alejó entonces, porque la mirada asesina que el ojiverde le lanzó le advirtió peligro.
Y se miraron.
No necesitaron siquiera decirse nada, porque al parecer se entendieron a la perfección; ella entendió que lo que los había alejado ahora no significaba nada, y él entendió que no iba a volver a dejarla sola.
No cuando habrían otros chicos esperando mirar debajo de su falda...

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