Sobe una chica:

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Tamaulipas, Mexico
Madre primeriza y escritora, con muy poco tiempo libre pero que le gustan las manualidades.

domingo, 3 de noviembre de 2013

3* Encuentros

Voltaire y yo nos miramos, yo a sus ojos azul claro y él a mis violetas.
Eramos tan parecidos, aunque no físicamente, porque él ya era viejo, tenía una nariz delgada con la punta redonda, su poco cabello canoso, perfectamente peinado, su piel blanca con arrugas y su expresión dura y estricta.

-No has cambiado, Vincent.- dijo con una ligera sonrisa socarrona.- Sigues siendo el mismo rebelde sin causa de siempre.- y se reclinó en el respaldo de la silla. Yo seguía parado frente al estante.
-Puedo nombrarte en diez segundos quince razones principales por las cuales soy un rebelde, Voltaire.
-Empieza.- me retó mirándome un poco molesto.
-Marioneta.- le dije sin pensarlo, él sonrió.
-Creí que ya habías madurado, chico.
-Y yo que habías muerto.- le contesté secamente. Nos miramos largo rato, sin decir nada más, porque de todos modos no había nada que decir. Nos odiábamos. Aunque aparentábamos a veces que nos llevábamos bien, la mayor parte de mi vida, Voltaire se dedicó a hacerla un infierno, convirtiéndome en el desalmado que ahora era. Bufó.
-Kahil Darkar intenta joder nuestra compañía.- dijo después de un rato de silencio. Yo seguía parado frente al estante; creí que aquello era otra de sus mentiras para manipularme, pero al ver la preocupación en sus ojos, le creí.
-¿El padre de Sasha?- él asintió. Sasha Darkar era la vicepresidenta de la empresa, quien había tomado mi puesto cuando yo renuncié. Su padre, Kahil, era un jeque árabe, dueño de muchas extensiones de tierras, tribus y mujeres en general. Su empresa era la sexta más importante del mundo.
-Ese canalla arenoso y su bastardo nos están haciendo quedar mal.- y dio un fuerte golpe al escritorio.- ¡Y no lo puedo permitir!- lo miré. Pocas veces Voltaire se permitía perder los estribos, eso quería decir que no me mentía.
-Nympha cree que perderemos todo... - le dije caminando hasta la silla, él me miró.- Tiene miedo de que quedemos en bancarrota.
-Lo sé... - musitó mirando sus manos.- Lo que menos deseo es que se preocupe por minucias como esas...
-Tal vez si no la consintieras en todo lo que pide, no estarías preocupandote por si quedamos en la calle, Voltaire.- él no levantó la vista.
-Es lo mínimo que puedo hacer por ella... - susurró. Y nos quedamos otro largo rato en silencio.

Casi a las dos de la tarde, y después de ignorar las peticiones de Voltaire para que tomara su lugar, éste se tuvo que retirar y yo me quedé otro poco más. Quería estar seguro de la decisión que iba a tomar, y realmente no confiaba ni en Voltaire ni en Nympha pero me recordé que eran la única familia que tenía. La puerta se abrió de golpe.
-¡Vincent!- gritó Tala desde el umbral. Tala McLord era uno de mis amigos de toda la vida, físicamente era casi tan musculoso como yo, con la piel blanca rojiza, pecas por todas partes, ojos verdes y un cabello rojo que brillaba incluso en la oscuridad. Y no tenía alma, obviamente.

 Me abrazó fuertemente.
-¡Qué bien que estés aquí, Vincent!
-Es bueno verte también, Tala.- le dije sonriendo, entonces, detrás de él, entraron Ian Petrov y Wyatt Ifrah.
-¡Vinny!- gritaron los dos al unísono y me abrazaron.
-¿Cuándo regresaste, chico?- preguntó Ian, apartandose de mí. Ian era bajito, delgado, con los ojos azules también, el cabello casi castaño oscuro, y una sonrisa socarrona y altanera la mayor parte del tiempo. Aún quedaban restos de su adolescencia en su rostro, y era un niño mimado cuyos padres vivían víctimas de su arrogancia y caprichos. Y tenía una hermana mayor con excelente físico.

-Ayer.- le dije. Wyatt era mucho más delgado que Ian, con el cabello castaño casi rubio, los ojos azul grisáceo y alto. Provenía de una familia noble, donde era el mayor de dos hermosas gemelas. Sus padres eran amables y adorables, al igual que él, lo que nos llevaba a pensar por qué lo habían mandado a la horrorosa abadía donde nos conocimos. Él e Ian eran los más jóvenes, con tan sólo veintitrés años.

-¿Sabe Voltaire...?- preguntó Wyatt. Asentí.- Pudiste haberme avisado y pasaría por ti.
-Amelie estaba ayer ahí.- le dije caminando fuera de la oficina.- Pensé que te diría.
-No la he visto desde la tarde.
-Vamos a comer, chicos. Muero de hambre.- dijo Ian caminando, entonces un teléfono sonó.
-Disculpen.- nos dijo Tala sacando su celular, vio el identificador de llamadas y sonrió como estúpido. Levanté la ceja.
-¿Una chica?- le pregunté, pero me ignoró, apartandose de nosotros para contestar. Ian y Wyatt caminaron a mi lado mientras la recepcionista nos despedía con una enorme sonrisa.
-Es la chica nueva.- dijo Ian.
-¿La chica nueva?
-Una jodida belleza exótica, hermano.- respondió.- No tienes idea de lo caliente que está la desgraciada.
-¿En serio?- Wyatt asintió.
-Normalmente no aprobaría la manera de hablar de Ian, pero la chica es bellísima, y tiene un cuerpo de escandalo que ni te cuento.- llegamos al elevador y giré la vista a Tala, quien caminaba nervioso por la habitación, con una mano en el bolsillo de su traje gris y una sonrisa de estúpido.
-A Tala le gusta.- apremié.
-¡Le encanta! Desde que entró en la oficina, el maldito ha estado como centinela, encargándose de que nadie si quiera le de los buenos días.
-¿Quién es, la recepcionista?- dije, porque Tala tenía muy malos gustos por las mujeres.
-¿Ally? No, la chica es mensajera por ahora.- dijo Wyatt presionando el botón del ascensor.- No creo que llegues a conocerla, siempre está dando vueltas por la oficina.- y entró, Ian lo siguió y después yo, y cuando íbamos a irnos, Tala detuvo el ascensor con el pie.
-Hijos de perra, iban a dejarme.
-Estabas ocupado coqueteando con la mensajera.- dijo Ian mirando su teléfono.- ¿Vas a comer con ella?
-No, pero la convencí de ir a cenar hoy.- y su sonrisa se ensanchó por todo su rostro.
-¿No crees que es muy pronto para pedirle matrimonio?- dijo y todos nos reímos.
-Digan lo que quieran, pero esa chica será mía.
-¿Te la llevarás a la cama?- dijo Wyatt enojado.
-Primero quiero casarme con ella.- y sus palabras sonaron tan seguras que no lo podía creer.
-Primero asegurate de que también le gustas, ¿no crees?- dijo Ian cuando el elevador se detuvo.- Me daría pena verte llorar si te rechaza.
-Lo cual obviamente hará.- terminó Wyatt y entramos a la limosina de éste.

El restaurante estaba a tope, pero por ser figuras importantes, nos cedieron un buen lugar. Era un poco rústico para mi gusto, pero la decoración, en tonalidades claras con cuadros y colguijes por doquier, me gustaba personalmente. Nos sentamos y una chica se acercó a nosotros.
-Bienvenidos a "Seraphine", mi nombre es Vera y puedo sugerirles el especial de... hoy... - y se quedó muda. La chica era de estatura abajo del promedio, americana, con el cabello negro sujetado en un moño sobre su cabeza, rizado, ojos verdes, piel de melocotón, labios carnosos y un cuerpo envidiable aún sobre el horrendo vestido-uniforme color amarillo que llevaba puesto.

Ian sonrió.
-¡Vera! ¡Cuánto tiempo!- y soltó una risita, ella sin embargo solo sonrió.
-Hola. ¿Desean ver el menú?- preguntó con una voz monótona.
-¿Cómo has estado, mujer? Años sin saber de ti.- dijo de nuevo riendose, Vera parpadeó y sonrió.
-Les dejaré el menú, y pueden llamarme o alguna otra chica para atenderlos.- dijo evadiendo la pregunta, un hombre la llamó.- Con permiso, chicos.- y se fue lo más rápido posible. Todos nos reímos por lo bajo.
-Caray, esa chica sigue igual de guapa.- apremió Wyatt sonriendo.
-Seguro Spencer se moriría si la ve.- dijo Ian en tono burlón.
-¿Dónde está?- pregunté mirando el menú.
-Trabaja ahora en el juzgado, y sólo lo vemos de noche.
-Llámalo y dile que venga, seguro se muere.- dijo Tala y nos reímos. Vera pasó frente a nosotros después de atender al hombre, y frente a ella apareció un tipo afroamericano, con músculos por todos lados, cabello negro perfectamente cortado y una sonrisa de oreja a oreja. Al verlo, se paró de puntillas y le plantó un beso rápido y tierno, que él respondió son una sonrisa. Los cuatro nos miramos.
-Olvida lo de la llamada, Ian.- dijo Tala, e Ian guardó su teléfono. La escena duró poco, y ella se despidió, sin antes besar a un enano que el chico cargaba, y cuál va siendo nuestra sorpresa al ver a un mocoso de piel blanca y cabellos rubios sonriendo. Nos quedamos boquiabiertos.
-Mátenme porque me muero.- dijo Tala, dejando caer su móvil, y cuando miré, la pantalla mostraba la foto de un mujer exquisita de cabellos negros y ojos preciosos, vagamente familiar para mí. Kaileena, decía en la pantalla.
-¿¡Vera tiene un hijo!?- preguntó casi a gritos Ian, y las personas nos miraron.
-Eso parece.- dijo Wyatt sin dejar de mirar.
-Pues no es de ese chico.- dije, mirando detenidamente al niño.- Es rubio, con piel blanca y desde aquí veo los ojos verdes. No puede ser suyo.- y todos nos miramos.
-¿Será de Spencer?- preguntó en voz baja Ian.
-No lo creo.- dijo Wyatt.- Ellos terminaron hace mucho tiempo.
-Es de otro, entonces.- dije, encogiéndome de hombros. El afroamericano y el niño se sentaron en una mesa, donde una chica los atendió sonriendo, y él le alborotó los cabellos al niño. Era idéntico a Spencer, la verdad; el mocoso era rellenito, tendría unos dos años más o menos, el cabello rubio y rizado como su madre, la piel más blanca que la de ella, una nariz respingada y hoyuelos. Spencer tenía hoyuelos.
-Vaya cosas.- susurró Wyatt recargándose contra la silla.
-Definitivamente.- se rió Ian. Vera pasó frente a nosotros y la llamamos, se acercó con mirada cautelosa y nerviosa a la vez.
-¿Listos para ordenar?- preguntó sonriendo, apartándose un mechón de cabello que caía por su frente.
-No sabíamos que tenías un hijo.- soltó Ian y todos lo miramos. La sonrisa se borró de su rostro.- ¿Cuántos años tiene?
-Eso no es de su incumbencia.- contestó enojada, apretando los puños.
-¿Es afroamericano de allá es su padre biológico?
-Por favor, basta...
-¿Sabe Spencer que tienes un hijo?- insistió Ian.
-Ian, basta... - repitió apretando los dientes.
-¿Qué tal si le decimos...?- pero no lo dejó terminar. Dejó caer las manos en la mesa, provocando un sonoro estruendo, agitando los saleros.
-¡Basta por Dios!- lloró.- ¿No fue suficiente lo que me hicieron? ¿Qué más quieren de mí? ¡Déjenme en paz!- y las lágrimas desbordaron por sus mejillas. Nos quedamos en silencio mirándola, y no sé los demás pero sentía pena por ella. Por lo visto, aún no superaba su ruptura con Spencer. El afroamericano se acercó.
-¿Qué pasa, cariño?- dijo con una voz ronca y furiosa. Vera se abrazó a él, y éste nos miró.- Les sugiero que se vayan de aquí.
-No tienes derecho a decirnos eso.- dijo enojado Tala.
-Están ocasionando disturbios y molestando a una de las empleadas.
-Vera es amiga nuestra.- dijo Wyatt, y ella lo miró.
-¡No lo soy! ¡Váyanse por favor!- dijo llorando, hundiendo nuevamente su rostro en el pecho del hombre. Me levanté lentamente, después Wyatt e Ian, pero sólo Tala permaneció ahí, mirándola.
-¿Ese niño es su hijo, Vera?- preguntó, pero ella no contestó. El hombre lo miró entornando los ojos.
-Vamos, Tala.- le dije. Él asintió y salimos de ahí.

En la noche, y después de cenar, regresé a casa.
Había pasado todo el día con los chicos, que había perdido la noción del tiempo. Todo estaba silencioso, y parecía que todos dormían. Caminé sin hacer ruido, cuando pasé por el despacho de Voltaire oí una conversación.
-¿Entonces? ¿Qué te dijo?- preguntó Nympha.
-Muy bien lo sabes.- contestó Voltaire.
-¿Renunciarás a la compañía solo por eso?
-Son millones, Nympha. No puedo generar esos ingresos en tan poco tiempo.- alzó la voz, pero luego bufó.- Hazte a la idea de perder todo, porque eso sucederá.
-¡No puedes estar hablando en serio!- gritó ella, golpeando el escritorio.- ¡No bromees conmigo!
-No lo hago, baja la voz.
-¡No!- otro golpe.- ¡Estás loco! Has trabajado tantos años por ésta empresa, que no puedes rendirte tan fácil.- otro golpe.- ¡NO PUEDES!
-¡Pues lo haré!- dijo él y movió su silla.- ¡Ya no puedo darte todos tus lujos, hazte a la idea! ¡Ahora puedes irte con alguien que pueda darte todo, Nymphadora!- y su voz sonó cargada de frustración y coraje. Hubo un largo silencio, entonces ella susurró.
-Incluso aunque quedáramos en la ruina, no te abandonaría.- su voz se quebró.- Te lo juré hace cuarenta y dos años, y mantendré mi palabra.- y oí sus pasos acercarse a la puerta. Corrí hacia las escaleras, fingiendo que iba bajando, cuando me miró. Y nunca, en mis veinticinco años de vida, yo había visto a mi abuela derramar ni una lágrima.
Me quedé ahí parado al pie de las escaleras, sobrepasando la conversación de mis abuelos. ¿Íbamos a perder todo? ¿Ante esos árabes asqueroso? La simple idea de que se apoderaran de lo nuestro, lo que mi familia había creado por generación, el fruto de sus esfuerzos, me enfermaba. Voltaire salió rato después, arrastrando los pies, y al verme se detuvo. Nos miramos largo rato, estudiando la expresión de cada uno, hasta que caminó para subir por las escaleras.
-Trabajaré en la empresa.- le dije  Él se detuvo.- Pero se harán las cosas a mi modo si quieres sacarla adelante.- él no dijo nada, yo tampoco, y solo caminó hasta su dormitorio. Saqué un cigarrillo y lo encendí.
Ya era hora de ponerme a hacer algo.

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