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Tamaulipas, Mexico
Madre primeriza y escritora, con muy poco tiempo libre pero que le gustan las manualidades.

martes, 28 de enero de 2014

El tiempo de ti

Fue en una época como ésta, hace aproximadamente unos trece años,
cuando era una niña pequeña que lloraba por su madre que no veía
en mucho tiempo, entonces me prometió llevarme a la playa.
Jamás voy a olvidar lo feliz que estaba ese día: iría a la playa con él. Por primera vez.
Me sentía demasiado emocionada y toda la semana estuve pensando en ello;
le pedí a mi abuela que me llevara a comprar un traje de baño nuevo
y muchos accesorios para jugar, porque deseaba pasar un día maravilloso.
Y la semana se hizo interminable.
Finalmente, había llego el sábado.
Recuerdo muy bien que me desperté muy temprano ese día:
me bañé, arreglé mi cama, metí en mi mochila mi toalla favorita,
mis mejores juguetes y me puse mi traje de baño nuevo. Peiné mi cabello
en dos disparejas trenzas... y lo esperé.
Los minutos fueron pasando hasta convertirse en horas,
y las personas en mi casa se fueron despertando.
Todos me dijeron que ya no iba a venir, que mejor me pusiera a hacer otras cosas,
que limpiara mi habitación o que guardara mis muñecas,
pero yo ya había hecho todo eso y estaba segura de que no iba a fallarme.
Ni siquiera me di cuenta cuando me quedé dormida...
sólo recuerdo que desperté muy cansada y ya estaba atardeciendo.

Él nunca apareció.

Mi abuela me dijo que me llevaría al día siguiente, que seguro él tenía
algún compromiso y por ello no pudo llegar.
Y cuando eres un niño, crees todas esas cosas.
Los adultos te hacen hacen creer que es difícil ser ellos, que debemos entender
y que lo mejor es no preguntar y mucho menos reclamar.
Y yo lo hice.
No le pregunté nada, vaya, nuevamente ni siquiera lo vi.
Ese domingo, mi abuela, mis tíos, mi hermano y yo fuimos a la playa.

Había sido un precioso día;

estrené mi traje nuevo, hice castillos con mi hermano,
mis tíos me subieron a su tabla de surf y me pasearon por la orilla,
luego, nos cargaron a mi hermano y a mí en los hombros y nadamos hasta el arrecife.
En aquel entonces, te dejaban meterte y llevarte alguna caracola o hasta un pecesillo,
pero yo ya tenía uno y lo único que quería era nadar.
Entonces, mi hermano y yo nadamos hasta la parte baja del arrecife,
y unas caracolas y estrellas de mar se paseaban por ahí.
Tomé una caracola y dos estrellas y las echamos en una bolsa.

El día estaba casi terminando, y mis tíos nos llevaron a las rocas,
aquel pedazo de la playa donde una serie de rocas formaban un pequeño arrecife,
en el cual, los pecesillos perdidos nadaban.
Ellos se sentaron en las rocas y mi hermano y yo caminamos hasta llegar
a la orilla del rompeolas, donde comenzaba la playa.
El atardecer caía y se veía maravilloso, sus colores mezclados con el mar...
en ese momento, ni siquiera recordaba la promesa no cumplida de mi padre,
pues lo único que importaba era que sabía que con todo y sus defectos,

las personas que estaban conmigo ese día me querían.

... y ahora, con todos estos años transcurridos y la nitidez de ese recuerdo,
hay una cosa que es mucho más curiosa y triste: nunca me llevó a la playa en 
todos esos años viviendo con mis abuelos.

Ahora tengo 19 años.













~El tiempo pasa... pero las personas nunca cambiarán.

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