Tu duermes a mi costado, ajeno al mundo que nos rodea. Con el cabello rizado alborotado, la dulce boca ligeramente abierta y la espalda desnudo. Yo me pierdo en ella.
Recorro mis dedos sobre las pecas en tu espalda que parecen estrellas, y me maravillo.
Pensamiento que descarto al recordarlo. ¿Qué sucede conmigo?
Te inquietas en tu sueño, pero no me sueltas; tus brazos como grilletes apretando mi cintura.
Me muevo ligeramente hasta separarme de ti, y mientras busco una camiseta tuya, te miro sonreír.
Y no puedo evitar imaginarme que esa sonrisa es solo por mí.
Me pongo eufórica.
Acaricio tu mejilla rasposa, dibujo el contorno de tu perfecta nariz, cepillo tus cejas, toco tus pestañas y me quedo en tus labios, esos perfectos pedazos de carne que amaba besar.
Y tu sonrisa se dibuja y un suspiro se escapa de tus labios; y no me resisto.
Te beso dulcemente y tu abres tus ojos, esas bellas esmeraldas somnolientas y mientras me besas, sonries. Y Dios sabe cuánto amo que sonrias.
Pero la felicidad se acaba en el instante en que tus manos se deslizan de mi cintura a todo mi cuerpo; y veo tus intenciones.
Sé lo que deseas, y yo también lo quiero, pero no puedo.
Y lo sabes. Lo sabes porque te detienes y te enojas, sueltas madres a diestra y siniestra, diciendo que soy egoista, una jugadora traicionera sin corazón. Y lloro. Porque sé que es verdad.
Te alejas de mí y te cubres con el brazo perfecto, mientras yo huyo al baño. Y ya no sé lo que sucede; me pierdo en mis lágrimas mientras el olor a lavanda me invade.
Después de mucho llorar, regreso tambaleandome, y una sola luz rosa de la lámpara nos ilumina. Odio que te enojes, por ello me trago mi orgullo herido y me acuesto a tu lado, pero no te mueves. Así que te abrazo y aspiro tu aroma, beso tu pecho y me rodeas con tus brazos.
"No me dejes", susurras antes de lanzar un largo suspiro y apretarme con fuerza.
Y yo... no se qué contestar.
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