Sobe una chica:

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Tamaulipas, Mexico
Madre primeriza y escritora, con muy poco tiempo libre pero que le gustan las manualidades.

sábado, 5 de abril de 2014

Divergente

Día de cine.
Había olvidado lo que era ir al cine con alguien que disfrutara más mi compañía que ver una película.
No hubo un instante en la noche que no dejara de reírse de la película,
que no era como el libro, que la chica no era sexy, que estaban mal los diálogos.
Fue divertido.
Intento no pensar en las sensaciones que sentí cuando lo oí reírse, o cuando acercaba su cabeza para comentarme algo gracioso sobre las escenas, o cuando tomó el vaso de refresco y sus dedos tocaron los míos, solo para decir un torpe "lo siento" y volver a su labor. ¿Y cuando recargó su cabeza contra la mía y repitió la frase que Tobias le decía  Tris?
Todo era tan... irreal.
Finalmente, después de una buena película, caminamos hacia las tiendas a ver la ropa; encontramos mucha ropa bonita y me pidió probármela. Normalmente le diría que no, pero es una costumbre que solía tener con él, así que cada ropa que a él le gustaba, me la medí. Incluso ese precioso y costoso traje de baño de una pieza, que no cubría absolutamente nada.
No voy a superar sus ojos cuando me vio salir del vestidor, cómo me devoraban de pies a cabeza, y cómo se mordió el labio cuando me pidió darme una vuelta.
Se acercó a mí por detrás, colocó sus manos en mis hombros, y sonrió. No fue cualquier sonrisa, ni siquiera aquella que solía lanzarme cuando estaba caliente y quería acción. No. Aquella sonrisa que me regaló la conocía muy bien; era la de satisfacción, la que solía darme después de un buen orgasmo o cuando estaba realmente feliz. Era la media sonrisa de la felicidad.
Se quedó mirándome largo rato, para luego apretar mi hombro fuertemente con una mano y mi cadera con la otra, luego, cerró los ojos y me dijo que debería probarme el vestido azul. Y se alejó a buscarlo.
Y ahí me quedé yo, con la sensación de haber sido tocada, con la piel eriza y la sangre ardiendo, con la necesidad y la urgencia de que esos mismos dedos me desnudaran y esos labios me besaran.
Pero saqué esas ideas tan alocadas de mi cabeza en el momento que regresó y me pasó la demás ropa.
Yo... estaba loca.

Al final, regresamos a casa mientras escuchábamos música a todo volumen, mientras le daba las gracias por la ropa y el atrapasueños que me había regalado.

La noche fue... diferente. 

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