Sobe una chica:

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Tamaulipas, Mexico
Madre primeriza y escritora, con muy poco tiempo libre pero que le gustan las manualidades.

sábado, 21 de diciembre de 2013

CAPITULO 2.

Edmund caminó, seguro y altanero, a la escuela.
Todo el mundo lo miraba y cuchicheaba, algunos lo saludaban y otros le sonreían; el chico popular. Llegó a su casillero, y esperó. Mientras sacaba sus libros y revisaba que todo estuviera bien ordenado, miró a todos lados, esperando a Victoria, pero no había señal de ella. Sus amigas caminaron al lado de él.
-Chicas.- las tres se giraron, riendo.- ¿No ha llegado Victoria?
-No, dijo que venía en camino, ¿necesitas ayuda con algo?- dijo coqueta una, pero él no le prestó atención.
-No, es raro que llegue tan tarde.
-Es que vienen a dejarla.- dijo otra entre risitas, y las tres se rieron a carcajadas. A Edmund no le agradaban; eran buenas chicas pero demasiado ruidosas para su gusto, y no le gustaba que nadie poco merecedor de Victoria estuviera a su alrededor.
-De acuerdo.- dijo él y caminó a su clase.
No podía esperar a verla y que su plan se llevara cabo, quería ver la reacción de ella cuando la invitara a salir.
Mientras él esperaba a Victoria, yo me acosté, mirando hacia arriba. Que aburridos eran los humanos, esperando a realizar sus deseos sin siquiera saber si les saldrían bien o lo arruinarían todo; el cabello me caían en la cara, las alas estaban expandidas sobre el suelo de mis aposentos. Aburrido.
Un alboroto comenzó a oírse afuera, seguido por varias pisadas. Salí sigiloso y vi a varios ángeles de un lado a otro, nerviosos. Uriel pasó y se detuvo al verme.
-¿Qué está pasando?- Uriel estaba entre los siete arcángeles, era alto, musculoso y usaba una armadura dorada sobre su túnica de ángel. Su cabello era oscuro y sus ojos claros.
-Deberías ir a ver a tu amigo, Abel.- dijo con gesto serio y el ceño fruncido.- Creo que se está volviendo loco.- y levitó emprendiendo dirección hacia los aposentos de las Virtudes.
Emprendí camino a la sala principal, donde todos estaban amontonados, mientras se escuchaban muchas personas hablando, entre ellos a Peter. Anna estaba sobre uno de los pilares, con la expresión furiosa, subí a su lado.
-¿Qué está pasando?- le dije, ella no se giró.
-Hoy es el día.- dijo con voz serena.
-Oh, no...
-Oh, sí... - dijo y se tocó los cabellos. Finalmente había llegado el día tan temido, y ese día significaba solo dos cosas: o la humana perdería su record de pureza, o iba a morir. Observé atento a todos discutir, y la voz de Peter era la que más se oía, pero no entendía nada. Un golpe al suelo nos obligó a girar la vista hacia el ventanal, donde el arcangel Gabriel entraba.
Gabriel era la mano derecha de Dios y el líder de los otros seis. Su aspecto era imponente, y su armadura era la más brillante, sus ojos azules y su cabello dorado nunca pasaban desapercibidos; caminó seguido por Raziel y Michael.
-¿Qué está sucediendo?- dijo con voz de hielo, y finalmente las personas se dispersaron, dejándome ver a Peter parado frente a un ángel de la muerte.
-Éste ángel está ocasionando problemas sin ningún motivo, Gabriel.- habló la mujer. Eve era uno de los ángeles de la muerte, era esbelta, poderosa, con los cabellos dorados y los ojos oscuros como una noche sin luna, era temerosa incluso para los ángeles mismos.
-¿Algo qué decir?- dijo Gabriel a Peter.
-¡Sí! ¡No estoy de acuerdo con la decisión de las Virtudes!
-No está a discusión.
-¡Pero...!- entonces, desplegó sus alas, furioso.
-¿Estás revelandote contra los designios divinos, Peter?- le dijo Raziel.- ¿Sabes lo que le pasa a los que desobedecen, verdad?
-Exilio.- dijo Michael, con su voz serena. Peter lentamente bajó sus alas y la mirada al suelo. Los tres arcangeles comenzaron a caminar, y Gabriel se detuvo:
-Despidete de tu humana, Peter.- y siguió su andar hacia los aposentos del señor. Los demás espectadores caminaron hacia sus deberes, y solamente Peter permaneció ahí parado, mirando el suelo; Anna y yo bajamos pero al vernos, comenzó a caminar al jardín.
Anna suspiró:
-Supongo que se acabó.- dijo con voz amarga y se dirigió al ventanal, sigilosa.
Solo yo permanecí ahí, sin saber cómo sentirme respecto a eso. Entonces, la voz mental de Edmund me sacó de mis pensamientos:
"¿Por qué tarda tanto?" lo oí decir "¿No vendrá a clases?"
Busqué a Edmund y lo encontré parado en la puerta trasera de la cafetería, mordiendo distraídamente una manzana. "¿Estará enferma?" dijo, entonces, su mente se volvió un caos y supe que su obsesión había aparecido. "¡Vaya, que hermosa se ve hoy!" "De acuerdo Ed, solo díselo" y comenzó a caminar hacia ella. Victoria estaba sentada leyendo como siempre bajo el árbol detrás de la cafetería de la escuela; era fácil identificarla, porque siempre llevaba algo blanco que la delataba, esta vez traía una tiara en la cabeza con unas diminutas alas. Irónico.
-Hola, Victoria.- dijo nervioso Edmund, pero ella siguió leyendo, se aclaró la garganta.- Victoria, hola.- pero ella siguió con su labor, entonces le tocó las alas de la tiara y ella, asustada, se puso de pie y dejó caer su libro, se agachó a recogerlo pero ambos se golpearon la cabeza.
-Lo siento.- dijo ella riendose. Edmund le apartó los mechones de cabello y ella se sonrojó.
-Buena lectura.- dijo él, nervioso.
¿Buena lectura? ¿Es en serio? pensó. Ella se rió.
-Sí, es buena. Adoro la manera de pensar del chico, es un atrevido.
-Como la mayoría de los hombres.- contestó él y se rieron. Se miraron largo rato, y por ese momento creí que las cosas iban bien para el humano, entonces recordé que a la humana no le quedaban mucho tiempo de vida. Y sentí pena por él.
-Entonces... uh... yo... quería preguntarte algo.- dijo él, metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón.
-Claro, dime.- dijo ella sonriendo aún, y apenas abrió la boca Edmund para hablar de nuevo cuando un chico se acercó por detrás de Victoria y le tapó los ojos.
-Adivina quién soy.- dijo, Victoria sonrió de oreja a oreja y le tocó las manos.
-No me imagino quién serás.- le contestó entre risas, el chico la giró y le plantó un beso dulce en los labios; y la mente de Edmund perdió toda la cordura, parecía como si hubiesen miles de abejas en su cabeza, revoloteando por su cerebro. Caminó hacia atrás, perdido y salió de allí lo más rápido que pudo.
-¿¡Edmund!?- gritó Victoria pero él no se detuvo. Solo siguió caminando hasta que llegó a su auto, subió en él y arrancó sin rumbo alguno.
Su mente seguí siendo un caos.

Después de muchas horas, el atardecer ya había llegado en el mundo humano.
Todos en la escuela habian hablado del extraño comportamiento de Edmund y de que aún no llegaba a su casa; su auto había sido encontrado en el estacionamiento de unas canchas pero no había nadie. Era un caos la ciudad, mientras él estaba en un almacen abandonado, fumandose hasta el último cigarrillo de su caja de veinte, con varias botellas de alcohol alrededor. Miraba perdido el techo, y por su mente solo pasaba la sonrisa de Victoria y de como no era para él.
"No me voy a rendir" dijo su desquiciada mente, porque en el transcurro de esas horas, su mente era un panal de abejas asesinas enojadas, y ningún pensamiento era claro en su mente. Solo había Victoria, Victoria, Victoria, Victoria.
Peter estaba igual.
En todo el día no había dicho ni una palabra, y solo miraba atento a su humana preocupada, a quien más de una vez habían acosado para preguntarle sobre el desaparecido, pero ella solo decía lo mismo: "estaba ahí, y de pronto ya no." Estaba muy preocupada por él.
-Cuando salga del trabajo, iré a su casa.- dijo ella mientras acomodaba los pastelillos en la vitrina.
Anna se acercó a mí después de mucho rato.
-¿Has hablado con Peter?
-No.- le dije.- ¿Tú?
-Lo intenté, pero dijo que estaba bien.- suspiró.- Pero está destrozado.
-Lo sé.- bufé.- Sólo quiere saber cómo va a morir la humana.
-Creo que todos.- dijo apenada.- Y el morbo es un pecado, Abel.
-Supongo que no merecemos la gracia del Señor.
-No. No la merecemos.- dijo, y permanecimos ahí, en silencio, mirando a mi humano perder la consciencia por la ebriedad.
Entonces, algo recorrió mi cuerpo. Era una sensación amarga, fría y desconocida, era casi como... ¿miedo? ¿Yo tenía miedo? Imposible, los ángeles no sentimos nada, ¿cómo podía sentir? ¿Qué estaba pasando? Miré a Edmund, quien se había despertado y su cabeza seguía nublada por el alcohol, la tristeza y la decepción. Se levantó y comenzó a caminar, despacio y distraído, con su mente distraída y bajo la oscuridad.
-¿Qué le pasa?- dijo Anna. Los ángeles comenzaron a juntarse a nuestro alrededor.
-Está borracho.
-Parece perdido.- dijo un ángel al fondo.- Deberías convencerlo de volver a casa, Abel.
-Que lo haga él.- contesté ignorando al humano. Peter parecía también estar absorto a algo, así que, dejando a mi humano, fui con él. No se giró al oírme, pero sí suspiró.
-No puedo creer que hoy sea su último día.- dijo con voz apagada.
-Tampoco yo... - le dije. Después de diecisiete años oyendo maravillas de ella, sentía pena por la humana, pero más por Peter.
-Quisiera poder... - se detuvo. Lo entendía. Un ángel es un ser sin sentimientos, sin emociones, existimos para proteger y guiar, nuestros pensamientos deben permanecer con nosotros, sin importar cuales fueran, porque expresarlos era pecar, y el pecado se castigaba con el destierro eterno. Y nadie quiere eso. Nadie querría vivir eternamente en el mundo de los humanos, siendo solo un ente sin futuro ni pasado, solo presente.
Suspiró profundamente, y yo igual, y nuevamente la sensación extraña volvió a mí: era más fría y más tenebrosa y mis alas parecían ansiosas, pero nada pasaba por la mente de Edmund, de hecho, estaba parado detrás de un poste en una calle poco iluminada, terminando de beberse el último trago de su botella.
-Deberías hacerlo volver a casa, Abel.- dijo Peter nervioso.- Ya ha bebido demasiado.
-Al único lugar al que irá, será a la cárcel.- le dije. Anna y Uriel se acercaron a nosotros.
-Compasión, Abel.- dijo ella, rozándome con sus alas nuevamente. Siempre hacía eso para brindarme un poco de su halo, pero yo no lo necesitaba. Mi halo estaba en perfecto estado.
Unos ángeles pasaron frente a nosotros, riéndose de algo, y lo siguiente fue tan rápido que ninguno pudo reaccionar: Victoria caminaba después del trabajo, mirando su celular y por su expresión esperaba noticias de Edmund, por alguna razón decidió tomar la calle poco iluminada, preocupada por acortar el camino para llegar pronto e ir a ver a su amigo; Edmund por su parte miraba la botella vacía en sus manos, queriendo sacar más alcohol, su mente seguía siendo un caos. Peter decía algo sobre la compasión, algo de mi poco amor hacia la vida humana. Nadie prestó atención hasta que Eve se acercó a nosotros, sigilosa, mirando con mucha atención a nuestros humanos, y con esa sonrisa malvada en sus labios.
Pasó todo muy rápido, como dije.
En un momento, Victoria detuvo sus pasos al darse cuenta de que había sido un error tomar esa calle, giró a la oscuridad, donde a lo lejos aún se veían personas y carros transitar. Pero no regresó. Siguió caminando a paso lento y cuidando cada movimiento, mirando alrededor con ojos atentos y algo nerviosa, pues se sentía inquieta.
Edmund oyó unos pasos acercarse, y su vista borrosa le indicó que era una mujer y claro que la reconoció. Sabía que era ella, casi podía sentirla, olerla, saborearla, su mente aún era un caos, pero las piezas comenzaron a encajar en cuanto la vio caminar hacia él.
Nosotros fuimos más lentos aún: ninguno de los cuatro pensaba que algo malo sucedía hasta que, de los labios de Eve, salió un sonido parecido a la risa, la miramos, nos miró, y con la mirada más fría desapareció. Tardamos en entender qué sucedía.
Fuimos muy idiotas.
-¿Quién anda ahí?- dijo Victoria, y se detuvo de golpe nerviosa.- ¿Quién anda ahí?- volvió a repetir. Oyó unos pasos y estuvo tentada a regresar corriendo hacia la calle iluminada, pero bajo la tenue luz de la lámpara que alumbraba, distinguió a Edmund.

-Oh, Dios, Edmund.- dijo aliviada, acercándose a él.- Me diste un susto. ¿Dónde has estado? Todos hemos estado muy preocupados por ti.- y se acercó más. La mente de Edmund se aclaró un poco, pero yo no presté atención.
-¿Edmund?- dijo ella, estiró la mano hasta acercarse completamente, y lo miró.- ¿Estás bien?- dijo preocupada. Y fue todo rápido: la miró, lo miró, se miraron, la botella que descansaba en su mano se estrelló contra la cabeza de Victoria, quien soltó un grito de dolor. Edmund tapó su boca mientras ella pataleaba y luchaba contra sus fuertes brazos, desesperada por la falta de aire, hasta que finalmente perdió la batalla y cerró los ojos.
Victoria había dejado de moverse.

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