Dicen que siempre hay un roto para un descocido... pero en nuestro caso, estamos tan increíblemente jodidos que Dios ya no sabe qué hacer con nosotros. ¿De quién es la culpa, al final? ¿Mía por provocarme este dolor innecesario, amando a alguien que no me ama, intentando buscar dentro de él lo que ya no hay, por tener todavía esperanzas? ¿O suyo, por haber dejado ir su verdadero amor solamente por un tonto error, por no aceptarla cuando ella lo buscó, mentirle cuando ella le pidió su amor de nuevo?
Como sea, de quien quiera que sea la culpa, de una cosa estamos seguros: todo es insignificante, nada es tan preocupante, y nada dura para siempre. Eventualmente, tenemos que olvidar.
Yo a lo mejor que ha sido mío, y él a la única que lo amará por sobre todas las cosas.
Esperamos que todo acabe pronto, y mientras tanto, somos ese hilo deshilachado de un suéter viejo.
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